lunes, 4 de agosto de 2014

Hasta las cucarachas le sirven ESCULTOR DA FORMA A LOS DESPERDICIOS. Por: Edwin Sánchez. En: El Nuevo Diario, sábado 9 de Mayo de 1987.


Los cauces, los buses y objetos abandonados en la calles son la materia prima para hacer obras siniestras.

José Aparicio se sale de lo estrictamente bello, para dirigirse a lo que antes nadie se ocupó: lo espectral.

El cuadro es terrible, pero sólo ha salido de la imaginación de José Aparicio Artola. Vemos ese “Día Después” de la hecatombe nuclear, pero son desechos de cualquier cosa, organizados según la creatividad del escultor, hasta detallarnos esos momentos en que la cucaracha, muy triunfal camina sobre los restos de la humanidad y  la fauna.

José Aparicio es profesor de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, pero como todos los otros artistas, tampoco puede vivir de su arte. Esa “enfermedad” de la escasez que lo vive todo el mundo, también lo sufren los escultores con la diferencia que estos últimos aprovechan desde bujías, clavos, tuercas, hasta cucarachas muertas para hacer lo que él denomina “abstraccionismo figurativo”.

Pero en sus diferentes creaciones parece dominar lo opuesto a la belleza, porque según afirmó, “aquí te salís de lo ello para darle vida a lo que nadie antes se ocupó de tomarlo en cuenta”.



EXTRACCIÓN POPULAR

Su indumentaria no es muy diferente a la de cualquier trabajador que  se asoma al Mercado Oriental. Tiene manchas de pintura aún en sus manos y carece de la boina y bigotes puntiagudos con que a menudo se suele caricaturizar a los escultores. Habla pero siempre “pegado a sus obras”, es decir mientras conversa muestra sus esculturas que confunden al mejor profano.

LO QUE PUEDE DECIR

Lo que él no puede decirlo por otro medio, lo dice –y muy bien— en las figuras que recuerdan a Giacometti, en esas esculturas difusas, algunas mortecinas que muestran el reverso de la vida siempre latente.

Si hay una historia para la hecatombe nuclear también hay para la mujer, su trabajo y el trabajo de mantener la vida de sus niños sin el auxilio del hombre.  Esa obra, pequeña, muestra a la mujer sosteniendo un motete, la mano en alto y las pequeñas figuras infantiles. El artista no incluyó al hombre porque en la vida real las madres pobres no tienen hombres.

¿Qué hace José Aparicio para ganarse la vida? Ofrece clases de escultura en la Escuela y tiene que recurrir frecuentemente a ese tipo de arte al que está más acostumbrada la gente: la artesanía. Y vende sus creaciones. Al final, toda esta actividad para ganarse la vida le deja sólo el fin de semana para entregarse “al arte por el arte”.

EXPOSICIÓN

Vemos lo que este hombre ha hecho y dice que pronto, en este mes montará su primera exposición personal, junto con la pintora María Gallo. Le preguntamos si gustarán sus producciones y él responde sin ningún rodeo, lleno de naturalidad, que “se trata de introducir una cultura nicaragüense para que la gene no sólo se aferre a la europea, al clasicismo académico”.

Las limitaciones materiales le podrán cerrar las puertas al arte tradicional, pero nunca dejará que la mente del artista abra otras puertas para introducirse en otros derroteros imaginarios a José Aparicio bajando a un cauce y recogiendo unos desperdicios para su próxima obra, mientras en otra parte del mundo el escultor recorre tiendas específicas donde puede fabricar sus maravillas.

María Gallo le ayudó a recolectar desechos de talleres de mecánica y ahora todos esos materiales –varillas, placas de acero y hasta una tenaza vieja— ofrecen la forma de un perro “sarroso”.

IDEAS EN EL SUELO

Las ideas están en la calles, en el suelo, en los cauces y en los buses, “yo las recojo y doy  forma”. Ahí están en los pedazos de madera. “Yo los tomo y los vuelvo a la realidad”. Es la observación –aquí no hay imitaciones— una de las puntas de lanza de su trabajo con las formas.


“Intimidades” tiene una intención para el autor pero hay muchas más en los ojos del visitante. Para él es un hombre que al llegar a su casa después del trabajo se relaja… para otro podría ser uno de los tantos judíos en uno de los campos de concentración del fascismo.
Y así, recorriendo el pequeño cuarto, contemplando lo que las “manos de la imaginación pueden hacer, llegamos a un cuartito donde vemos “Revolución Industrial”, otra extraña forma de perfil elaborada con hierro, con especies de bisagras en su parte trasera y un eje de bicicleta en el centro. La escultura termina con un chispero de vehículo y  una interrogación de parte del observador.


LA VERDAD

La versión de “La Verdad” de José Aparicio es un poco más convencional en medio de ese caos de la forma: es un huevo –tal vez de avestruz— de la cual surge una mano que empuña una linterna roja. Habrán muchas interpretaciones, pero eso ya será parte de la verdad de cada quien.

La próxima exposición de este hombre sin duda será muy interesante. Siempre lo será mientras José Aparicio por ejemplo encuentre motivos en los rostros de la gente que viaja en los bues de la capital. En otro cuarto, donde guarda sus creaciones, incluidas pinturas que causan cierto surrealismo, hay obras que “exhalan miedo”.


“El anciano y el joven”, ambos con cabezas de bujía pero el del primero lleno de clavos de tres pulgadas, la “vida a tuto”. Miramos hacia otro lado y vemos “Tu conciencia”. Esa producción que no deja de ser siniestra, nació de una vieja camisa que el artista ya no usaba. Ahora representa la conciencia de un mundo que peligrosamente se acerca a este trabajo.

Iniciado en esta disciplina artística en 1974, el artista se queja que no hay instituciones “amantes” del arte. Hace falta materiales; en los organismos encargados dicen que sí pero la ayuda se dirige a otras áreas. ¿Cuánto cuesta traer una piedra de Matagalpa para que el alumno de la Escuela pueda ejercitarse?... Mucho, contesta.

Mientras, José Aparicio recorrerá algún taller, una calle abandonada o se asomará a los cauces para ver qué trajeron las lluvias y qué le dejo a él la imaginación.


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