—Mi arte ha gustado. Pinto lo que a mí me
gusta, si no dejaría de ser un artista para ser un comerciante. — Guillermo Rivas Navas, un solitario de la
creación ha resuelto su vida con los pinceles que recuperan la memoria de un
tiempo olvidado. Su talento no tiene preferencia por ninguna corriente y
siempre confesará más allá del boceto, que el artista debe ser libre.
Si notamos seguridad en su expresión es que
hay una obra especial en su arte.- Tengo muchos encargos que cumplir, pero
nunca he querido protectores. No lo pretendo porque estar protegido por alguien
solamente significa sumisión.
Le han solicitado un cuadro que no aparece
por ningún lado en su estudio porque en realidad no lo ha hecho, pero aun así,
cuando ya está de por medio un cliente, él mandará sobre el gusto de aquel
y sabrá imponerse porque es un devoto de
la “plena libertad de expresión artística”. Una testigo, casi inocente, de lo
que él sostiene es la “mujer del mercado” que ha ido naciendo de su pincel, no
virgen, sino preñada por la dura realidad. Y nacerá así, tumultuosa, bella y
realista sólo para satisfacer, quizás, el fuego interior del pintor.
Rivas Navas comenzó a vivir en 1929. Sus
estudios se extendieron a las reconocidas escuelas de bellas artes de Río
Janeiro, en la Academia de San Fernando de Madrid y en San Alejandro en La
Habana. Ha expuesto en varias universidades norteamericanas y participó con
éxito en varias Bienales hispanoamericanas en Madrid, Venecia, Francia, Brasil,
Cuba, Texas, México y Nicaragua.
EL PASADO
Una de las tareas planteada por su genio
consiste en la empecina labor de retratar los años abandonados para formar una
especie de documental histórico, de acuerdo a la realidad que vivió. Marian
Fiallos Gil reconoció que “las angustias, las inquietudes, los recuerdos del
artista se mueven en plena armonía de un pasado gloriosos y romántico que
nuestro pintor quizás vivió en tiempos de su niñez”.
Este primer asomo al pasado cercano,
encierra al observador de las pinturas en ese mundo de nostalgia que sin duda
dominó al artista a tal punto que le hizo despreciar el presente durante el
proceso creativo.
La “Dama Bordando”, es una obra que
retrata, más allá de la definición física de una moda, de una época, la propia
cultura y los atisbos de un comportamiento social ajustado al juego perfecto de
las reglas que las generaciones posteriores sólo comentaron con una sonrisa.
Desde hace mucho, su misión ha sido dejar
una constancia histórica de lo que el ojo del artista percibió en su época.
Para esa peculiar forma de derramar organizadamente la pintura sobre el lienzo
del tiempo ha ocupado la figura femenina.
“Son los recuerdos de las mujeres que vi en
mi infancia de cómo se vestían. Esto será un documento de los que fue”,
manifiesta en tanto que muestra algunas de sus obras que han “enterrado” el
polvo y el olvido. Vemos así la antigua mantilla que las damas utilizaban para
cubrirse la cabeza a la hora de entrar a la iglesia.
RESURRECCIÓN
“Estoy resucitando lo olvidado”, expresa un
hombre que siempre recordará los encajes, las cintas, las tiras bordadas, los
metidos y el minardí, elementos que realzaron la belleza de la mujer nicaragüense
en otros tiempos, como apuntaría el doctor Fiallos Gil.
“Mi pintura es una mezcla de impresionismo
y latinoamericanismo, campeando en los que se llama la Escuela Libre de París”, confiesa. También el abstraccionismo y el
surrealismo le han arrebatado su talento.
Hoy, a los 56 años, piensa realizar
exposiciones en base a esas corrientes. Los primeros bocetos los guarda en un
viejo folders. La idea, viva, pronto bajará a través de su cómplice compañero,
el pincel.
Otros bocetos preparados para nuevas exposiciones
contemplan motivos típicos, religiosos, fundidos en el abstraccionismo. Ha
logrado comunicar en su propio lenguaje figurativo las señales de aleta de un
mundo funesto. “El Cristo arrepentido
escapa del madero porque la humanidad adoró la cruz y se reveló contra Él”.
El artista abandonó en su juventud los
estudios sacerdotales, pero en su alma de creador, la presencia religiosa
termina de revelarse, pero para convocar el reverso de su sentido original. En
sus pensamientos aún yace el boceto que no entregó al papel. Es la idea de un
Cristo cuyas vísceras han sido comidas por los zopilotes, aves negras que poco
a poco se irán tornando en sacerdotes. Es la denuncia o el frío sentido de un
talentoso herido en su sensibilidad.
MONJAS NEGRAS
Por un momento nos dejamos seducir por la
bella pintura de las Monjas Negras, creado en Brasil. Rivas Navas otra vez se
salió de la corriente, de lo común para comunicar la espiritualidad
morena a despecho del sexo encantado que siempre han denuncia y alabado los
blancos. Prescindió de las facciones del rostro y confió en los trazos de las
místicas líneas para cumplir su propio contrato con la calidad artística.
Muchas veces ha roto con la cárcel física
de la realidad pero sólo para escoger su propia celda, donde sólo caben el
caballete, el óleo y la inspiración de los recuerdos.
En Brasil, cuando atravesó la calle de la
mundanidad, se entregó paradójicamente a pintar motivos religiosos. Con todo,
opina que no hay un desligamiento entre lo que él vive y hace a la vez en su estudio. “Soy como un
fotógrafo, voy por la calle y lo que veo lo retengo en la memoria, porque tal
vez puede servirme para un cuadro”.
El proceso de creación no tiene un tiempo
definido. Hay una enunciación y luego una pomposa renuncia al comodismo. Consumirá
entonces muchos días para corregir un boceto. El cuadro de San Francisco de
Asís es un ejemplo de su radical terquedad; tiene un cuadro de estudio, guarda
una cartulinas con una visión amplia de lo que pretende hacer, pero Guillermo
Rivas Navas siempre será una especie de eterno insatisfecho. “Pero cuando yo
firmo un cuadro, todo está terminado”.
Es un costumbrista que ha renunciado a la
provincia. Un tríptico sobre La Novia de Tola es un trabajo de sincera maestría
y que quizás como otras pinturas “muy
especiales” siempre estarán en la lista innegociable de su colección
particular.
El arte de Rivas Navas no ha sido fácil. Él lo confiesa sin adoptar la estereotipada
pose del sufrido creador. Hay que creerle: “He tenido mucha dificultad para que
me obedezca la mano derecha”.
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