Desde cuando los parisienses descubrieron
al aduanero Rousseau, no deja de ponerse de moda, entre aficionados y
coleccionistas de arte, la pintura definida “naif”. Ingenua y cerca de la
naturaleza, la primitiva se caracteriza por estar libre de toda escuela y
academia, al igual que el canto y la danza folklórica, pero al mismo tiempo
porta en su mensaje los valores de aquel subsuelo cultural que la gente
sencilla capta más directamente. Los auténticos pintores primitivos logran por
consiguiente, expresar con frescura la fuerza de la poesía.
En medio de las dificultades psicológicas
que el hombre de hoy está obligado a afrontar en la rápida evolución del mundo
en que vive, siempre suscitan gran interés estas formas de arte que llevan al
espectador a la más sublime de las emociones, al descubrimiento de la belleza.
Hemos visitado la exposición patrocinada
por Ernesto Cardenal, cuyo mérito consiste en solicitar el don natural de los
habitantes de Solentiname y coordinar los trabajos de pintura y artesanía, con
la esperanza de encontrar aquel canto profundo que expresa la personalidad de
un pueblo rico y vivo como lo es el nicaragüense. Más la dificultad que casi
sierpe surge en los casos en los que se quiere estimular, darle publicidad a
una manifestación espontánea y peculiar de un cierto lugar, de una cierta
atmósfera, es la misma que se encuentra cuando se quiere trasplantar una flor
de campo a un jardín de ciudad: sucede que la sola intención, con el tentativo
de explicación que comporta, la toma de conciencia de los medios técnicos de
expresión, amén del aspecto comercial de la cosa, hacen aparecer menos espontánea y menos necesaria
la obra propuesta. En el caso de la exposición de Solentiname, que tuvo lugar
en los salones de la Escuela Nacional de Bellas Artes, el visitante se queda
sorprendido por la uniformidad de las obras expuestas, es decir por el parecido
con el cual cada uno de los autores ve y siente las cosas; éstas nos hacen
pensar en que, realmente, no hay ninguna personalidad de relieve e, incluso,
nos hace dudar de la autenticidad de estos primitivos, que pareciera que siguen
un modelo, una determinada visión del arte, un concepto normativo de lo que es
la pintura primitiva; a tal punto que nos proponen unas reproducciones en
serie, casi como si se tratase de una fábrica.
Entre los expositores, sin embargo, hay uno
sólo que nos dio la impresión de autenticidad: José Arana. Su obra parece menos
exagerada, encontramos en ella poesía, un notable sentido del color. Incluso
los temas divergen ligeramente de los propuestos por sus compañeros, parecen
más reales y nacidos de una contemplación más partícipe del espíritu del
paisaje.
Es cosa extraña –a propósito del paisaje—
que todos los pintores presentes hayan aprehendido los mismos aspectos de la
naturaleza que les rodea, y la cosa resulta francamente monótona dado que todos
provienen del mismo lugar. Frente al pintura, por consiguiente, el visitante se
sorprende al recordar con nostalgia la riqueza y la fantasía de la más grande “naif”
nicaragüense, Asilia Guillén, cuya obra sobrepasa el nivel de la artesanía, aún
cuando se inspiraba a los mismo temas de la vida popular.
En la misma exposición figuran también las
esculturas de Ernesto Cardenal, en su mayoría de madera y casi todas inspiradas
en formas de animales, que pos su estilización recuerdan las formas de ciertas
esculturas lineales del norte de Europa. Las más graciosas son las figuritas de
barro pintado o en madera de vivos colores que por su pequeña dimensión
revisten de un simpático carácter artesano. Hay que señalar, igualmente, los
trabajos en cobre ejecutados con gusto, a pesar de la línea a veces pesada y
confusa, y los objetos decididamente artesanos como los yesos, la corteza de
los árboles pintados. La obra expuesta, sin embargo, no alcanza el empeño de un
escultor profesional.
En el conjunto, la muestra es un testimonio
del esfuerzo que se está haciendo para canalizar la industria, el talento de
personas naturalmente inclinadas a expresarse artísticamente, pero ante la
ausencia de una recia personalidad, prevalece la impresión de que el resultado
conseguido es una especie de ambigüedad, limbo fluctuante entre una “cierta escuela”
de artesanía, más o menos bien delineada, y una interpretación que se pretende
más consciente de ciertos valores puramente artísticos.
PINTORES
PRIMITIVOS O ESCUELA DE “NAIFS”. En: Novedades, domingo 5 de Octubre de 1969.
Hemos tenido la oportunidad de conversar
con un grupo de pintores y escultores nicaragüense sobre la muestra de arte
primitivo, reunida en la Escuela de Bellas Artes bajo el patrocinio de Ernesto
Cardenal y Rodrigo Peñalba. En el curso de la conversación se fue precisando el
concepto de pintura “naive” y se
hicieron algunas observaciones sobre la obra del poeta de Solentiname. Sólo el
pintor Urbina fue interrogado separadamente: Aquí transcribimos sus
declaraciones:
URBINA: “En primer lugar, la pintura primitiva gusta mucho a la gente, a
pesar de que todas son iguales. A mí me gusta esta exposición, está bonita.
Naturalmente, aquí parece que tratan de proteger al padre Cardenal. También
resulta que él es conocido como poeta, lo cual favorece mucho. Eso le permite
de consagrar… que guste su exposición de pintura”.
SÁENZ: “La pintura primitiva es espontánea, desconoce las reglas
académicas; el pintor “naif” es ingenuo, en su obra está descubriendo el mundo,
crea un mundo onírico, un mundo soñado. Desconoce las leyes de la perspectiva,
el misterio, el encanto de su arte, lo logra a base del no-dibujo; el pintor
primitivo es como un niño que está naciendo al mundo y lo va descubriendo con
su arte, en un total desconocimiento de la escuela, de las reglas académicas,
de los estilos”.
Refiriéndose a la escuela de Solentiname,
Sáenz nos dijo: “Todos se parecen, se diría que se trata de una fábrica, su
falta de originalidad no es culpa de ellos, allí falla la dirección. El caso de
Eduardo, por ejemplo, lo que ví primero tenía un cierto valor, ahora produce
como una máquina, con el desmejoramiento de la calidad que implica, en este
caso, la producción en serie”.
Interrogado sobre el éxito comercial de la
exposición, Sáenz hizo las siguientes observaciones: “Por el hecho de que son
primitivos, tienen en el mundo entero, muy buena acogida, y quien compra piensa
en el futuro. Comercialmente esta muestra es un éxito en razón de los precios
bajísimos, además que los paisajistas gustan; las relaciones sociales, las
amistades de Cardenal contribuyeron a la promoción y a la venta de esta
exposición”.
Hombre que siente profundamente su arte,
Sáenz se lanzó en una serie de observaciones sobre la escultura de Ernesto
Cardenal:
“El arte –nos dijo— debe transforma la
naturaleza, crear un mundo propio, por ejemplo, los pájaros, las planas, etc.
Deben llevar el sello del artista, lo que quiso decir sin copiar. Un artista
copia los elementos y los transforma; allí por ejemplo, en el cactus, Cardenal
falla; es más fácil estilizar animales que plantas. Ha logrado mejores
estilizaciones en trabajos anteriores; aquí, parece que se repite. Los pájaros
ha logrado estilizarlos, ha logrado una síntesis sobria. No me gustó su
búsqueda en las plantas, es pura copia. En conjunto, no hay unidad, se trata de
bibelots, falta de criterio en la
selección de su obra. Se le puede considerar como un aficionado porque, en
realidad, él es un escritor. Decididamente es un aficionado que logra sus
cositas”.
Sáenz terminó diciendo: “Si la exposición
fuera desinteresada estaría bien, pero lo que pasa es que le echan agua a su
molino. Siempre piensan en la propaganda, en su credo, no es como la labor de
un laico que no va pensando en su causa, sino que lo hace por amor al arte, sin
pensar en cuestiones religiosas o políticas”.
FLORES: “Las ventas fueron muy buenas, pues se vendió todo. El éxito de la
venta se ha logrado gracias al sentido decorativo de la pintura expuesta y por lo conocido que es Cardenal en nuestro
ambiente social”.
“La exposición, en cambio, es interesante
como curiosidad. Se trata de un primitivismo prefabricado, no es espontáneo;
hay un concepto director, todas las cosas tiene el mismo estilo, hay una mano
que dirige. Como labor, como cosa social, es digna de alabanza, ojalá siguieran
todos el mismo camino de Cardenal”.
PÉREZ-CARRILLO:
“Bueno, sobre todo, es lo barato, por eso se vendieron los cuadros; nada tiene
que ver la pintura, su calidad, con la venta, lo que allí cuenta es el
baratillo, la ganga. La exposición es bonita, decorativa”. Refiriéndose a la
obra de Cardenal en Solentiname, Pérez-Carrillo dijo: “Hay que ver la labor del
padre Cardenal como lo que es, no habría que criticar a los pintores, están
comenzando. Lo que necesitan es un guía mejor, que los dirija más
pictóricamente, es decir para diferenciar que no es lo mismo ser primitivo por
vocación que por capacidad, porque no tienen conocimientos pictóricos”.
LUGO: “Es lamentable –nos declaró— que no se le dé ninguna importancia a
los pintores. Desde el punto de vista comercial
ya se tenía por asegurado el éxito, debido a la promoción de ventas
preparada de antemano, a la posición en la sociedad del poeta Cardenal, tanto
como intelectual como por los vínculos familiares”.
¿La labor de Cardenal podría ser
considerada positiva?
“Pudiera ser, pero con una mejor
orientación, porque el primitivismo hasta cierto punto es una cosa intuitiva y
dependen de la modelación que se les da a los pintores”.
¿Qué cosa es la pintura primitiva?
“La pintura primitiva tiene sus diferentes
manifestaciones en cuanto al tema, pero se caracteriza, esencialmente, por su
originalidad e ingenuidad, por la espontaneidad con que el pintor lo
desarrolla. No hay escuela de primitivos, porque la pintura “naive” no obedece
a las proporciones ni a los cánones estéticos que se imparten en la Academia”.
¿Esto quiere decir que cuando hay escuela
no hay primitivos?
“Me parece que así es, porque le quita el
encanto, la genialidad, se pierde la magia, la superstición”.
¿Y la escuela de Solentiname?
“A los pintores se les ha restado la
imaginación, dándoles por tema lo que son las islas. Se trata, por
consiguiente, de un tema preconcebido, se vuelve una cosa estereotipada, una
postal, con fines de comercializar el primitivismo, tomando a doña Asilia
Guillén como sello como patrón de arte “naif”. Es un juego pueril,
intelectualizado.
Refiriéndose a Cardenal se impuso la idea
entre los pintores consultados de que no se trata de una escultura empeñada,
“más que todo –me dijeron— es una artesanía refinada, es un juego, pero que
está lejos de los profesional, es un divertimiento”.
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