domingo, 3 de agosto de 2014

AMIGHETTI EN BELLAS ARTES: CROMOXILOGRAFÍAS. En: La Prensa, 22 de febrero de 1970.


Paco AMIGHETTI con su franciscano modo de llegarse a las cosas –al paisaje, a la naturaleza y a la figura humana—suavemente como su hablar; con su cromatismo delicado y diáfano como venido de la pintura china, con su emoción contenida y sobria: es el pintor costarricense por excelencia. Es Costa Rica pintando.

Desde sus primero cuadros, hasta estos grabados a color que nos revelan la madurez lograda de un gran artista. Amighetti ha sido fiel a su doble autenticidad: la de expresarse a sí mismo (poeta de la imagen), y la de expresar al costarricense, al tico que ES, tanto EN su tierra como fuera de ella.

Laborioso y silencioso, perfeccionador constante, tiene una mirada morosa, suspensa sobre cada cosa –en su luz y en su sombra—y luego la traslada dentro de sí, la toca con el alma lentamente la devuelve con una sencillez que algunos (acostumbrados al tremendismo y a la vociferación de tanta pintura actual) desconcierta. Por eso lo hemos relacionado con la pintura china: porque es un pintor contemplativo, y su color es mental.

Junto al pintor Amighetti ha ido perfeccionando la suma artesanía del xilografista hasta conquistar un lugar de primera línea en el Continente como grabador. Sus libros (porque también es un fino irónico, certero poeta en prosa) recogen centenares de maderas con su visión de Costa Rica y de las dos Américas. No hay casi revista de arte que no haya reproducido algunas de sus xilografías. Y al cabo de años, la exposición que ahora nos ofrece en la Escuela DE BELLAS ARTES, es su logro de madurez, su victoria completa sobre la madera con la cual –ya totalmente dócil—logra la difícil plenitud de su expresión.




En la presentación el programa de esta exposición, Stefan Baciu, nuestro apreciado colaborador, escribió las siguientes líneas:

50 VARAS AL NORTE DE LA MEJORAL

Hay lugares que cabe incluir en lo que podría llamarse el mapa cultural de la América Latina. La Isla Negra de Pablo Neruda, el Beco da Lapa de Manuel Bandeira, y el retiro de Apicucos (Pernambuco) de Gilberto Freyre. Estos sitios se integran dentro del movimiento intelectual americano como sucede con el Café de Nadie de los “estridentistas”  mexicanos, y la Calle Floridaa donde se originó el movimiento de los “martinfieristas” de Buenos Aires.

Pero estos datos son todavía incompletos, existen en este continente hombres que se distinguen en aquello que el cubano Enrique Labrador Ruiz llamó cierta vez, la “manera de vivir”. Así sucede con Francisco Amighetti en su retraimiento y su voluntad de pasar inadvertido, y que es sin embargo, sin lugar a dudas, uno de los más grandes grabadores en madera de la América Latina, y un ejemplo vivo de la raza de los silenciosos, de los callados y discretos.

Su vida ha transcurrido en su lugar natal, con excepción de los viajes que lo han llevado por Suramérica, Europa y los Estados Unidos, y sobre todo por las repúblicas de Centroamérica, que documenta el estupendo testimonio de sus grabados, en su libro Francisco y los Caminos.

El artista en su casa-taller ubicada en el barrio La Paulina, 50 varas al norte de la Mejoral, viene a ser la Isla Negra, o el Beco de Amighetti, es un lugar encantado, enteramente suyo, señalado por su presencia.

Aquí uno de los grandes creadores de América, hace de los árboles nativos un concierto de luces y de sombras, de colores y semitonos, una verdadera orquesta de la selva, que suena y habla bajo el dominio de un artista, que supo hacerse notable sin premios, sin concursos, sin medallas ni partidos políticos.


He visto a Amighetti caminando rumbo a su casa, con las maderas de sus grabados que llevaba como si fuera un tesoro, y así me he dado cuenta de su mundo. Este responde a un verso de sus coterráneos: Joaquín García Monge y Max Jiménez, los creadores que supieron hacer arte dentro de esta dimensión que va desde la sodita de Guadalupe hasta el Louvre, y desde el Metropolitan Museum hasta el Parque Morazán.

En los grabados más recientes, el mundo habla el idioma de Amighetti a través de la madera de Costa Rica. Este lenguaje universal llega de bosques que él ama y conoce. Pero, desde la madera original, o de la que descansa sobre su mesa de trabajo, hasta el grabado expuesto en las salas de exposiciones, existe una terrible distancia. Este es el arte de Amighetti; sólo él sabe cómo se talla, cómo se siente y cómo se le hace hablar.

El ronrón, y el cocobolo empiezan en la casa-estudio de Amighetti una nueva vida. Su casa es un barco sobre las nubes que navega entre la lluvia cuando las camionetas de Sabanilla y de la Betania pasan por la esquina de su calle, cuando los pasos perdidos suenan en la noche delante de la habitación donde una luz se detiene sobre la madera recién cortada, nace una obra de arte, allí en Costa Rica, en el barrio La Paulina, 50 varas al norte de la Mejoral.




No hay comentarios:

Publicar un comentario