sábado, 2 de agosto de 2014

BODEGÓN DE LA LUNA. Por: Anastasio Lovo. En: El Nuevo Diario, sección Cultura. 11 de agosto de 2007.

A Silvio Ambrogi 


Níger de los Santos Medina Rodríguez, cuyo nombre de pintor es Níger Medina, nació el 1 de noviembre de 1961, en Santa Teresa, departamento de Carazo, y falleció el 21 de mayo de 2007 en Jinotepe, cabecera del mismo departamento. Fue un pintor prolífico que cultivó el abstraccionismo, el cubismo, el surrealismo, el neoclasicismo y el primitivismo. Sus temas recurrentes fueron desnudos, bodegones, naturalezas muertas, paisajes y retratos.

En la mayoría de su obra temprana alcanzó una calidad estética que fue inmediatamente reconocida con una mención del Concurso Nacional de Pintura Rodrigo Peñalba de 1982, cuando Níger cifraba escasos 21 años. Pese a su don, talento y talante, y a su abundante y espléndida obra, no podemos afirmar que Níger haya alcanzado el máximo de su potencial. Las propias fracturas del ser, lo adverso del medio y su capacidad de autodestrucción terminaron malográndolo. Pero lo mejor de su obra lo podemos encontrar en las paredes de los grandes coleccionistas de arte de nuestro país y por su calidad singular, algún día, su obra y su nombre se inscribirán en lugar merecido, señero en la plástica nicaragüense.

Nos complace rendir homenaje a este gran artista recientemente fallecido hablándoles ahora de Bodegón de la luna, una obra bella y misteriosa, pintada al óleo por Níger Medina en diciembre de 1982.

Hay un juego de perspectiva construido a partir de una mesa cuyo borde aparece en un primer plano, y toda ella se va como en un punto de fuga, dinámico, original y audaz, elevarse por obra y gracia de los rayos de la luna o por un fenómeno de abducción en un volcán, que además llora por virtuosa veladura una gigantesca lágrima que también es una pera si lo frutal convocamos.. Después del primer plano del borde de la mesa se halla un cuchillo de mesa de plata, cuyos detalles del mango están finamente pintados y en su argentina hoja se perciben luces y sombras, el brillo y lo opaco, más una pátina que sólo el tiempo y el uso pueden conferir a este objeto en absoluta correspondencia con una sub-luna curva y deteriorada, que derrama parte de la luz pero no goza del brillo del cuchillo, hija de la luz de una luna que está cenital fuera del cuadro.

Entre el cuchillo y la luna, en el centro del cuadro sobre un mantel lácteo con hilachas levantiscas, pliegues y acantilados, sobresale una sensual caracola hermafrodita.

Una bellísima caracola realizada en suaves matices pastel, unos tonos beiges en transición al rosáceo. Una formación calcárea, la casa del caracol, que es vulva, nalga femenina pero también una poderosa imagen pénica yaciendo acurrucada al fondo de ella. Un frío vaso congelado más ocre que blanco genera su frío aura a su alrededor. Un vaso para la láctea sed de la luna deseosa del vino del estío. Los pliegues del mantel, acaracolados, cavernosos y sensuales, conducen a unas frutas raras.

Tres frutas ocré (café y ocre) de taxonomía vegetal desconocida, pero cuyos sentido nebulosa estriba entre el tomate, la naranja con cortes de tapitas para chupar o un zapote pelón. Luego unas especies de peras, en verdé (verde y ocre). Frutas que sólo la luna conoce y disfruta

En el piélago de pliegues del mantel lunar, encontramos a la diestra de las frutas, un tarro metálico, un paniquín, una galletera olvidada. A la izquierda de las frutas una columna que asciende y parte el cuadro con simetría implacable, pero hecha de hojas como si de un barquillo se tratara.

Todo el cuadro está sometido a una lluvia láctea, seminal y porosa. Una textura particular, casi sello de un período muy significativo en la obra de nuestro pintor y que opera como símbolo de la carcoma del espacio por el tiempo.

Este soberbio bodegón de Níger Medina, es toda una obra maestra de nuestra plástica, que sólo la luna y el espectador conjurados pueden disfrutar.


Managua, 25 de mayo de 2007.


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