A José Joaquín Cuadra.
Estoy asistiendo al nacimiento de Santa
Rosa, el barrio más oriental de Managua. Aún no hay calles definidas. El monte
rebasa los linderos el trazado urbanista formando breves senderos florecidos de
lilas campánulas.
La ventana orienta de la cabaña en que vivo
da al monte: a las gloriosas lunas del creciente; al sol que se levanta sonoro
de trinos. Desde ella he mirado largamente el sedante paisaje rústico; luego he
salido para conocer el vecindario.
Hay pocas casas residenciales. La mayoría
son pobres. Se comunican por juguetones caminos que suben y bajan dos suaves
pendientes.
Entre tantas casas pobres, me ha llamado la
atención una, singularmente pequeña. Está hecha de trozos de tablas irregulares
y de hojalata sarrosa. Es sumamente baja y cerrada; el monte la rodea
envolviéndola.
No he querido saber quién o quiénes viven, si
es que se puede vivir en eso.
Era tarde; la triste melodía de un silencio
violado, realzaba la enorme brutalidad de aquella ínfima vivienda.
Managua, Noviembre, 1957.
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