“Me siento indio, además, uno que se
orgullece de su raza”, manifiesta el pintor nicaragüense que transmite ese
orgullo a su obra plástica. Leoncio Sáenz Sáenz es el autor de un monumento y
dos grandes murales que ornamentan las paredes del recién construido Complejo
Olof Palme.
Leoncio de 54 años, rostro alargado y
mirada melancólica, siempre lleva el pelo largo y en una fotografía publicada
recientemente en Barricada, se le ve al lado del Presidente Ortega, con una
pluma en la cabeza, que según sus bromas es para “ocasiones especiales”. Sin
embargo, su trabajo que sí es serio, lo ha situado como uno de los seis más
destacados pintores contemporáneos de Nicaragua.
Los dos murales de más de 20 metros cada
uno, fueron elaborados en 1974 para el supermercado La Colonia de Managua,
donde permanecieron hasta su traslado al centro de convenciones. Sáenz trabaja
en estricto estilo indígena, pero explica que esto no debe ser confundido con
la copia de motivos indígenas, lo que lo convertiría en un simple “arqueologizador”. “Trato de
sacer la forma de estilizar, rescatar el sentido de composición, la dimensión
plana, los colores fuertes, casi primarios en donde la pies es casi roja; al
tiempo que dar también el sentido de modernidad”.
La conocida crítica argentina de arte,
Martha Traba, comparó el estilo de Sáenz con el egipcio, opinión con la cual el
artista coincide. Él también rescata la técnica de incisión, de trazar con un
objeto punzante para dejar la línea en el barro o la piedra, y luego colorea,
ya que los habitantes precolombinos, al igual que los griegos que pintaban
todas las estatuas que ahora son blancas, policromaban todos sus edificios y
monolitos.
“El sentido imaginativo y creativo que
tenían los indígenas es increíble”. En uno de los dibujos del monumento a los
Héroes de Batahola, Sáenz rescata el símbolo de un gusano que se convierte en
mariposa, “símbolo de los guerreros que morían en combate. El alma se convierte
en una mariposa blanca, una resurrección”. Es una imagen de las muchas que se
deben rescatar opina el pintor.
Este monumento está lleno de símbolos, uno
de ellos es una calavera perforada por el orificio de una bala, del cual surge
una flor.
“La muerte y la vida, que vienen de una
semilla donde puede nacer un gran árbol que dé más flores”. Se trata de una
alegoría de lo sucedido a los combatientes que fueron masacrados en Batahola.
Uno de los murales representa el tiangue
(sic)* prehispánico con indios, mujeres y productos que se comerciaban como
cacao, tomate, utensilios y frutas americanas. En la investigación que se
necesitó para logar un riguroso realismo, el autor invirtió ocho meses. El
segundo mural está inspirado en el comercio de la época colonial.
Leoncio Sáenz asegura: “siempre he dicho
que soy indio maya”. Su familia es originaria de Palxila, Matagalpa, un nombre
que da que pensar ya que en el libro sagrado Popol Vuh aparece un Paxil. Sin
embargo, para la desagradable sorpresa de Leoncio, en la última de sus visitas
–hace dos meses—, se encontró que los cartógrafos contemporáneos han cambio el
nombre por el de “Parsila”.
Sáenz, en conjunto con otros cinco pintores
nacionales, presentará una exposición en España con pinturas en su ya
tradicional técnica de óleo frotado sobre arenilla, con un tema que ha
explorado recientemente: la mitología macabra, las carretas naguas y los
cadejos.
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