Por: José Roberto Cea
(De “Opiniones Latinoamericanas”, febrero,
1979, No. 8, publicado por ALA, Agencia Latinoamericana).
Hace unos días, en Galería Forma, se inauguró una muestra plástica de
cierta zona de la pintura nicaragüense. Esta fue traída por Mercedes Gordillo,
directora de Galería Tagüe de Managua.
De la mencionada muestra, dos cultores se destacan ya en el ámbito de
nuestra América. Ellos son: Alejandro Aróstegui y Orlando Sobalvarro. Del
primero nos interesa destacar cómo ha venido afinando su instrumental
expresivo, el uso de los materiales en una obra sobria, dramática y
esencialmente poética; una estructura plástica desarrollada con mucha poética;
una estructura plástica desarrollada con mucha calidad profesional. Esto es muy
importante destacarlo, pues Alejandro sabe que el oficio es un compromiso para
dar siempre de sí mismo lo mejor, como que si en un cuadro se agotase toda la
fuerza creadora; solamente de esta manera se puede hacer una obra verdadera,
profunda, ejemplo para los más jóvenes que vienen aprendiendo el oficio.
En las primeras obras que conocimos de Alejandro Aróstegui, predominaban
los collages; luego empezó a usar
objetos que el hombre desecha, tales como latas, clavos, llaves herrumbradas y
otros objetos humildes que en sus “naturalezas muertas” adquirían una insólita
presencia, un dramatismo existencial, que envolvía al espectador en una
atmósfera de desolación, de angustia por su paso temporal en este mundo. Ahora
esos elementos ya no los pega o inserta en sus cuadros, sino que él los realiza
con sus magistrales elementos de creador consciente y vemos en los cuadros que
ahora n os presenta, un acabado, una integración de sus mismos materiales
asumidos a una expresión más decantada. Continúa,
sí, su dramatismo, su violenta presencia, pero ello es atenuado por un clima
poético que nos lleva a una dimensión de buscar más allá de esa presencia
objetual y sentir al hombre que pasa por este mundo con sus angustias, sus
violencias, sus grandezas y miserias. Todo ello Aróstegui lo presenta con una
armonía de color, una economía o síntesis expresiva, que denota a un pintor que
busca entregarse pleno, integral en cada obra suya y no hacer una obra extensa
y sin profundidad, para llenar salas, sino expresar una visión e irse a fondo
con ella, aunque para algunos espectadores esto no sea agradable. Pero es que
Aróstegui hace una obra porque sí, es parte de su vida, no para ganar la fácil
aceptación a los fáciles aplausos.
Esto deben tenerlo muy en cuenta algunos
pintores salvadoreños.
En cuanto a Orlando Sobalvarro, si bien es cierto que su calidad
plástica es importante, hasta la fecha continúa con elementos ya muy sabidos
por nosotros, abstracciones que se vienen produciendo en la plástica mundial
desde hace una cuantas décadas y más nos parece que ese instrumental oficioso
que tiene, debería emplearlo en otras concepciones visuales: los tecolotes que
esta vez nos presenta, carecen de fuerza expresiva, aunque el tema y la manera
como los presenta son interesantes. Por lo demás, su calidad plástica es
innegable: también afronta su oficio con responsabilidad, pero en la visión del
mundo es donde encontramos que tiene que reforzar su autovigilancia. Claro,
decimos así partiendo de que cada quien tiene su manera de ver la vida, de
sentirla, pero esta manera debe estar en armonía con sus semejantes para que
enriquezcan a los demás y al creador mismo.
Otro autor destacado de esta exposición es Carlos Montenegro. En su obra
hay un límite entre la anécdota y su síntesis plástica; pero no cae en la
ilustración literaria o literal, no lo domina la narrativa en pintura sino que
se queda precisamente en ese límite que todo buen creador plástico guarda para
expresar su mundo cotidiano, su búsqueda del país natal, de ciertas zonas donde
el hombre está más afincado: esas casas en claroscuro dramático que las
presenta solas, pero sabemos que dentro de ellas está el drama de unas vidas
que buscan nuestras expresiones para manifestarse. Montenegro lo hace
estupendamente. Así como uno de sus alumnos Silvio Bonilla que esta vez
nos presenta unos techos de teja,
bellamente inspirados.
En los otros cuadros de esta muestra colectiva, las mujeres pintoras
traen una sobria expresión, los cuadros están muy bien realizados, tienen
armonía, presencia y un oficio que ya se manifiesta en la búsqueda de su
síntesis expresiva. De entre estos cuadros, destacamos dos que tienen temas
medievales, algo así, como expresiones del Cid Campeador con sus armas
justicieras ante el oscurantismo reinante. También está otro que presenta dos
fragmentos de paredones, muy dramáticos, esenciales. Las autoras de estos
cuadros son: Ilse Manzanares y Claudia Lacayo, respectivamente.
"Naturaleza con Pie de Amigo". 1992, Óleo sobre Tela. 112 x 226 cm. Obra del Maestro Hugo Palma. |
El joven pintor Hugo Palma, que estudió en Italia, trae una muestra en
la cual el surrealismo metafísico de un Chirico, el colorido plástico del
Renacimiento y su propia visión de algunos aspectos de Nicaragua, hacen de sus
cuadros una expresión interesante, se deja ver, no pasa desapercibido.
Por último tenemos la muestra —muy poco por cierto— de lo que se hacía
en Solentiname, esa comunidad contemplativa que fundó el poeta-sacerdote
Ernesto Cardenal y que destruyeron las
fuerzas del mal nicaragüense. Esta muestra es un vestigio de algo que luego
florecerá más plenamente; ahora nos conformamos –si se puede decir así— con
hacer la referencia de que Marina, Mariíta Guevara, Carlos García y los demás
pintores de esa comunidad, nos presentan una muestra de su visión primitiva,
con sus características esenciales: altos contrastes, composición plástica
apresurada por fijar una explosión de color y vida que los rodeaba en su isla
de Solentiname. Estos cuadros “ingenuos” o “naif” o “primitivos” si prefieren
son testimonios vivenciales de unos hombres que ahora viven o están en el
límite por alcanzar un mundo mejor, un estudio de vida más armonioso para
todos.
San Salvador, Dic. 1978.
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