viernes, 8 de agosto de 2014

CUATRO TRAZOS PARA RETRATAR A SERGIO VELÁSQUEZ. Por: Julio Valle-Castillo


En el panorama de las artes plásticas nicaragüenses, que podríamos llamar jóvenes, pues apenas cuentan con unas tres décadas de labor, incluyendo el aprendizaje, los años de estudio y el posesionamiento de las distintas técnicas, Sergio José Velásquez (Managua, 30 de marzo 1955) se localiza entre aquellos artistas que asumen la tradición de la pintura nicaragüense, ahora cuando está de moda el arte conceptual, las instalaciones, el objetismo, etc.

Velásquez, haciendo converger en sus lienzos cuatro elementos desarrollados con líneas, colores, perspectivas y volúmenes, logra expresar su subjetividad o mundo interior propio.

Primero: El personaje femenino obeso de claro origen popular, vivanderas, cuyos brazos, abdomen, mamas y caderas, constituyen una celebración de la sensualidad, algo que hemos llamado la estética de la tinaja. Ollas cinerarias, tinajones para guardar el agua, vientres de barro, útero de la tierra.



Segundo: La fisonomía de ese mismo personaje femenino, a veces muy idealizada, pero con una visión y ejecución más realista y recreadora de los rasgos mestizos y americanos. Bocas y labios sensuales, mejillas como comales... O sea, que Velásquez también explora el retrato nicaragüense que desde el siglo XIX hasta Róger Pérez de la Rocha (1949) en el XX, pasando por el maestro Rodrigo Peñalba (1908-1979) significan una constante en la plástica nacional.
                                   

Tercero: Este grupo de mujeres, o una sola figura, aparece recostada o ubicada sobre el paisaje nicaragüense representado por lagunas, lagos y volcanes –como en Alejandro Aróstegui- y en relación con objetos, como los metates o piedras de moler, las ollas y otros utensilios y las frutas, estableciéndose así analogías entre el cuerpo femenino, lozano, exuberante, redondo y la fecundidad y domesticidad tropical.



Y, Cuarto: Toda esta escenografía y personaje, están sometidos a unas luces artificiales que irradian desde los volúmenes y en el centro de la figura congregada; dichas luces nos evocan ya desacralizados y perdidos en el tiempo, quizá rituales religiosos en torno a las hogueras o el fuego de las tribus primitivas. Hay una nostalgia de ese mundo y de esa luz primitiva y primaria en Velásquez, como si aún de noche las mujeres echadas sobre la tierra explayaran su laxtitud o durmieran una siesta sudorosa.

Con estos cuatro elementos Sergio Velásquez ha venido configurando su código que se relaciona tanto con el realismo como con el ensueño, el neosimbolismo.


No es gratuito esta celebración de la mujer y del volumen maternal porque Velásquez remonta sus orígenes a la cultura chorotega, que era un matriarcado; en su imaginario la abuela-la mujer-madre-hija-diosa de la fecundidad, era la gran divinidad y a su vez la intérprete del mensaje de los teotes para los pueblos que circundaban la laguna y el volcán de Masaya.

La memoria de Sergio Velásquez es de Masaya y ese personaje femenino y el fuego del volcán tutelan su creación pictórica.


Esta exposición personal suya, Centro Cultural Managua, Sala “Gerónimo Ramírez Brown”, después de muchas exposiciones colectivas dentro y fuera del país y después de tanto sol o luz, es la primera exposición individual en Nicaragua y se titula “Nocturno”.

Centrado siempre en sus reuniones de mujeres en espacios míticos y geológicos, pero por ser la primera individual, el pintor ha querido mostrar otros paisajes, precisamente uno de ellos sobre el volcán Masaya y el cráter del Santiago humeantes, personajes del deporte nacional en plena faena, de factura realista y aún un par de abstractos “Fiesta Taurina” y “Radiografías”, para ilustrar su proceso, sus intereses, los vaivenes de su producción y por tanto, la heterogeneidad de un artista moderno.

Pero insisto, Velásquez está en las vísperas de la articulación de su código, de la codificación de su obra.


Aún en estos nocturnos urbanos, plazas o mercados de la ciudad, priman estos elementos definitorios, la mujer, el paisaje y la luz, en un artista, si joven, en el esplendor de su primera madurez.


Managua, 17 de mayo 2004

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