domingo, 10 de agosto de 2014

ORGULLO DE UNA RAZA EN CONFERENCIA UIP. En: Barricada, miércoles 29 de Abril de 1987.



Los murales de Leoncio Sáenz que ahora se encuentran en el Centro de Convenciones Olof Palme.

“Me siento indio, además, uno que se orgullece de su raza”, manifiesta el pintor nicaragüense que transmite ese orgullo a su obra plástica. Leoncio Sáenz Sáenz es el autor de un monumento y dos grandes murales que ornamentan las paredes del recién construido Complejo Olof Palme.

Leoncio de 54 años, rostro alargado y mirada melancólica, siempre lleva el pelo largo y en una fotografía publicada recientemente en Barricada, se le ve al lado del Presidente Ortega, con una pluma en la cabeza, que según sus bromas es para “ocasiones especiales”. Sin embargo, su trabajo que sí es serio, lo ha situado como uno de los seis más destacados pintores contemporáneos de Nicaragua.


Los dos murales de más de 20 metros cada uno, fueron elaborados en 1974 para el supermercado La Colonia de Managua, donde permanecieron hasta su traslado al centro de convenciones. Sáenz trabaja en estricto estilo indígena, pero explica que esto no debe ser confundido con la copia de motivos indígenas, lo que lo convertiría  en un simple “arqueologizador”. “Trato de sacer la forma de estilizar, rescatar el sentido de composición, la dimensión plana, los colores fuertes, casi primarios en donde la pies es casi roja; al tiempo que dar también el sentido de modernidad”.

La conocida crítica argentina de arte, Martha Traba, comparó el estilo de Sáenz con el egipcio, opinión con la cual el artista coincide. Él también rescata la técnica de incisión, de trazar con un objeto punzante para dejar la línea en el barro o la piedra, y luego colorea, ya que los habitantes precolombinos, al igual que los griegos que pintaban todas las estatuas que ahora son blancas, policromaban todos sus edificios y monolitos.

“El sentido imaginativo y creativo que tenían los indígenas es increíble”. En uno de los dibujos del monumento a los Héroes de Batahola, Sáenz rescata el símbolo de un gusano que se convierte en mariposa, “símbolo de los guerreros que morían en combate. El alma se convierte en una mariposa blanca, una resurrección”. Es una imagen de las muchas que se deben rescatar opina el pintor.
Este monumento está lleno de símbolos, uno de ellos es una calavera perforada por el orificio de una bala, del cual surge una flor.

“La muerte y la vida, que vienen de una semilla donde puede nacer un gran árbol que dé más flores”. Se trata de una alegoría de lo sucedido a los combatientes que fueron masacrados en Batahola.

Uno de los murales representa el tiangue (sic)* prehispánico con indios, mujeres y productos que se comerciaban como cacao, tomate, utensilios y frutas americanas. En la investigación que se necesitó para logar un riguroso realismo, el autor invirtió ocho meses. El segundo mural está inspirado en el comercio de la época colonial. 

Leoncio Sáenz asegura: “siempre he dicho que soy indio maya”. Su familia es originaria de Palxila, Matagalpa, un nombre que da que pensar ya que en el libro sagrado Popol Vuh aparece un Paxil. Sin embargo, para la desagradable sorpresa de Leoncio, en la última de sus visitas –hace dos meses—, se encontró que los cartógrafos contemporáneos han cambio el nombre por el de “Parsila”.


Sáenz, en conjunto con otros cinco pintores nacionales, presentará una exposición en España con pinturas en su ya tradicional técnica de óleo frotado sobre arenilla, con un tema que ha explorado recientemente: la mitología macabra, las carretas naguas y los cadejos. 

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