lunes, 21 de julio de 2014

ARMANDO MORALES EN LA BIENAL DE SAO PAULO. Por: Mariano Fiallos Gil. En: Novedades, 11 de febrero de 1968.



Cuando era Rector de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua el recordado doctor Mariano Fiallos Gil, el apoyo a las letras  y las artes nunca esperaron en la antesala de ninguna oficina burocrática. Entonces las publicaciones de revistas literarias tomaron un auge hermoso y alentador. El presente trabajo sobre la pintura de nuestro Armando Morales es un magnífico intento por adentrarse en la complejidad de la obra pictórica de Morales. Su autor es el mismo Dr. Fiallos Gil. Su publicación obedece, también, al recuerdo imperecedero de su memoria.

Nuestra Universidad Nacional ha otorgado la Medalla del Mérito y un Diploma a nuestro compatriota Armando Morales por su triunfo en la Quinta Bienal de Arte Moderno de San Pablo, Brasil, y me complace hacer resaltar que tal homenaje es muy bien merecido, porque la labor de este gran pintor no es asunto de inspiración momentánea y causal, bajada del cielo a estilo anacreóntico, sino que dura, paciente, despaciosa, índice ético del sentido creador del hombre, responsabilidad concreta a los que ___ si la vida tiene o no sentido o de si vale la penar ser o no vivida.

Me complace también expresar que fui testigo presencial de aquel extraordinario certamen celebrado en uno de los escenarios más apropiados de América, en el que la vehemencia del hierro, el cemento, el vidrio, el color, el espacio, la piedra, se moldean en la arquitectura de los atrevidos sueños de un Óscar Niemayer, los murales de un Cándido Portinari, las esculturas de un Víctor Brecheret…y tal vez un trasfondo de compás y melodía de Héctor Villalobos.

Entonces allí, en medio de Sao Paulo, en donde los planos arquitectónicos han perdido el miedo a la modernidad desde que la bóveda dejó de ser un problema de ingeniería para convertirse en un reto a la imaginación se halla el parque de ____ , en uno de cuyos edificios, el del Palacio de los Estados, se ha instalado esa exposición, y a la luz, el aire y el paisaje entran por su paredes de vidrio a participar del espectáculo.

En este Palacio todo es No y escaleras, sino suaves  interiores en curvas parabólicas, casi feminoides, por donde se transita de un piso a otro, como si anduviera en medio del parque. El edificio es como un gran trasatlántico de extensas cubiertas, de visibilidad total en todas sus direcciones, pese a las enormes dimensiones que pueden ser de trescientos o de más metros de punta a punta y tal vez de, un ciento de babor a estribor.

Hay que andar mucho y durante muchas horas para darse cuenta, siquiera muy superficialmente, de la magnitud de esta exposición. Ahí están todas las naciones de occidente y algunas de oriente: Alemania, España, Italia, Gran Bretaña, Japón en paneles y biombos, dispuestos por grupos de países, cuadros y esculturas y un gran muestrario de arquitectura y ornamentación.

Conociendo las lecciones de Bernard Berenson, cuyo deceso acabamos de lamentar, ha visitado esta Bienal como lo que soy: un amateur o amante, un simple espectador atraído, para gozar y disfrutar, de este maravilloso espectáculo, deteniéndome aquí y allá casi al azar, frente a los cuadros que me han llamado la atención. He de agradecer a los franceses la cortesía de tratar de explicar sus cuadros o de darnos un guía para la comunión. Me acuerdo de aquella frase de Ortega y Gasset  de que la claridad es la cortesía del filósofo… éste cuando lo esotérico de la filosofía era interpretación de profundidad, oscuridad germana, y no ejercicio del pensamiento. Pero las artes visuales que antes eran claras, ahora se han vuelto oscuras. Sin embargo, hay algunas maneras de ayudar: Así, bajo las pinturas francesas de poliedros, estarías, ángulos, espirales, no del todo abstractos, aparecen fotografías magníficas de “cristales de Vitamina C”, “hemoglobina en solución equis” y otros ejemplares del mundo de la microscopía.

No sé si este aclarar las cosas borró el encanto de aquellos volúmenes y colores admirablemente dispuestos, porque les quitó el misterio casi religioso del mensaje.

Y la escultura… Yo recuerdo que un indio allá en Guatemala, tenía en sus manos u trozo de madera al que apresuradamente daba algunas cuchilladas. Esto era ente el bullicio del Mercado. Le pregunté lo que hacía, y él muy ceremonioso respondió: le estoy quitando lo que le sobra…y a los pocos minutos me entregó un Don Quijote estilizado que aún guardo entre mis tesoros.

Quiero recordar aquí que la escultura moderna me dio la impresión contraria, esto es, que a los trozos de piedra, de madera o de alabastro, los artistas le habían quitado lo que les faltaba. Eran como esculturas de espacios desocupados. En este apresurarse de la exposición, anduve buscando lo nuestro. El nombre de Nicaragua no aparecía por ninguna parte y es que Armando Morales se hallaba en el grupo Panamericano, en una sección cercana a la de Centroamérica.

Pero allí estaba. Grande hazaña haber conquistado este galardón entre tantos y variados competidores. Frente a grupos hispanoamericanos de admirable expresión; ya no, la de aquellos indios tristes sentados con las piernas en rolo, vendiendo abalorios, telas, sombreros, ollas de barro… y en el fondo un rancho de paja (y a propósito, ¿por qué no pintaban su júbilo?).

Ya aquí hay otro modo de pintar, una madurez que se asienta en nuestras disposiciones raciales, tradicionales, para juntar lo concreto del color con lo abstracto de las formas. Yo creo que fue Salvador Dalí el que respondió a la pregunta de cuál era lo primero que se requería para ser un buen pintor. Él dijo: ante ser español… Y sí esto de ser español se junta con la capacidad de abstracción del indio, tan maravillosamente manifestada en sus mensajes de piedra, en sus estelas grabadas, sus jeroglíficos, sus ornamentaciones… en donde, como el indio del Don Quijote, se le quitó el sobrante a la representaciones y se dejó solamente lo esencial. Hay que ver para ello los museos arqueológicos del Perú o de Guatemala, por ejemplo, en donde la gracia de una línea, al parecer insignificante, revela un pensamiento religioso, un dato histórico o simplemente un anhelo de vida imaginativa, alejada de lo real, que es, al final de cuentas, la intención del arte como creación exclusivamente humana. Porque el hombre es el único ser capaz de escaparse de la realidad para entrar en el paraíso de la imaginación y la fantasía.

Pues con estos ingredientes españoles e indígenas en las artes visuales, se está haciendo la nueva pintura hispanoamericana. Y entre ellos con galardón de honor, descollando en esta actividad humana, cada día creciendo intensamente, como es el arte pictórico entre nosotros, se halla Armando Morales, nicaragüense, con plena conciencia, que es honradez de artista y de hombre. Y quiero recalcar lo de hombre, porque bien se merece la cita quien, al mismo tiempo, como una lección de ética, mantiene su posición de dignidad al lado de sus anhelos artísticos, no separados, sino juntos, identificados, indeclinables.

Cuando pasé por el palacio de Ibirapuera no sabía que Armando había sido premiado. Me enteré de ello en Río de Janeiro, por unos profesores universitarios colombianos que me dijeron: ¿Supo Ud. que su paisano se llevó el premio?

Pues este otro paisano que aquí escribe, celebró aquel acontecimiento un atardecer sobre el Pan de Azúcar, mientras, las montañas y las rocas llenas de luces, de aviones y de faros, hacían resaltar la silueta majestuosa del Redentor abriendo sus brazos sobre la roca del Corcovado…

Y hoy aquí, en el recinto universitario, de mi vieja ciudad de campanas y aleros, ya ocultas las nobles piedras por el liso pavimento asfaltado, despersonalizado y municipal, haga un saludo repleto de buenos augurios para este Armando Morales a quien hemos de ver, cada día irguiendo su destreza, su honradez y su sensibilidad.





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