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A esa generación o grupo viene ahora a
pisarle los talones una nueva promoción cuyas primeras manifestaciones
demuestran en tres o cuatro casos buena madera y ciertas manifestaciones e
inclinaciones distintas a la generación anterior.
LA PRENSA manteniéndose en su línea de
registrar los acontecimientos cultura de cierta nota, lo mismo que de alentar
promesas y valores nuevos en todos los órdenes de la cultura, recorrió esta
semana la exposición de fin de curso de la ESCUELA DE BELLAS ARTES
–exitosamente dirigida, desde hace varios años por el pintor RODRIGO
PEÑALBA—para recoger lo nuevo y valioso de ella, y para poner su comentario al
margen con el buen ánimo de ayudar a abrir horizontes…
Destacamos de inmediato tres valores muy
jóvenes que son la revelación de este fin de curso: Arnoldo GUILLÉN, Leoncio
SÁENZ y José Noel FLORES. Y, con respecto de la anterior promoción se nota en
ellos, una vuelta al paisaje y el interés distinto por la pintura y la
escultura.
Esto de “volver” al paisaje, re-descubrirlo
o re-valorarlo resulta (tal vez) un salto atrás en Europa después que el
Impresionismo pareció agotar el mensaje de la naturaleza como paisaje, pero en
Nicaragua donde el paisaje está virgen, donde no hay detrás ni Impresión ni
expresión de él –salvo unos pocos cuadros contados con los dedo—ir al paisaje
como escuela es buen adiestramiento y puede ser, si el pinto tiene genio, que
también sea un enriquecimiento cultural si se da con él y se le fija y se le
“inmortaliza” como un Velazco en México o un VanGogh en Flandes. Porque ir al
paisaje significa no solamente trasladar al lienzo las líneas más o menos
deleitosas de la casa, el árbol, el camino o la montaña, o su combinación o su
ritmo de colores y volúmenes sino, sobre todo, capturar la luz, distinguir las
calidades de la luz, su sustancia –por así decirlo—regional y folklórica , su
colorido “local”. Puede un paisaje ser “igualito” y ser tan extranjero por su
ambiente lumínico y cromático como un rancho nuestro colocado en el Polo o en
el centro de París.
Ir al paisaje es buena escuela para volver
con el conocimiento en nuestro color, y
una vez conocido y conjugado, poder desbordarlo, contrariarlo, y
derivarlo hasta donde se quiera, con la libertad que se quiera, como conocer el
cuerpo humano por un dibujo incesante y fiel es necesario para poder
descomponer, contrariar y deformar con arte y con poesía y con metáfora sus ritmos y líneas.
Los muchachos de la Escuela de Bellas Artes
aún no capturan esa luz y color. No se les puede pedir a sus pocos años una
empresa que puede costar una vida. Se nota en sus paisajes observación,
bastante destreza con los materiales –ya denotan buen
oficio—pero llegan aún a capturar su propia, inconfundible luz. El paisaje que
más se acerca –en nuestra humilde opinión—a esta importante localización del
color es el que reproducimos, de Arnoldo Guillén y alguno que otro Juan López
Pérez y de Noel Flores. Sin embargo, en general, los paisajes expuestos este
año sorprenden por sus otras virtudes. Guillén y Flores (este último a veces van-goahtea innecesariamente) son los
mayores logros, pero nos llamaron la atención uno de José Marqués, otro al
pastel (lástima las rayas azules) de Elba Estrada –quien de paso expuso lo
mejor al pastel que allí vimos: un magnífico florero—y ya en cuanto a
poetización sub-real o estilizada del paisaje, las obras de Leoncio Sáenz, cuya
“Laguna Mágica” es de los mejor presentado este año.
Sáenz es un poco desigual tanto en sus
paisajes expuestos como en los dibujos. Pero es el más imaginativo. Quizás esta
tendencia a subjetivar, a huir del objeto para hacerlo a su imagen, le
dificulte más que a los otros captar ciertos detalles rítmicos y líneas, pero
demuestra más fantasía. En cambio Guillén tiene ojo claro ante el objeto y
anuncia un gran pintor y escultor. Su cabeza de muchacha, es lo mejor de toda
la exposición. Mitad y mitad entre ambos está José Noel Flores. Sus esculturas
en hierro y un muy retrato (que reproducimos) de un hombre con anteojos
demuestran: imaginación creadora y originalidad. ¡Dios les de perseverancia,
oficio, insistencia a estos tres nuevos valores de nuestra pintura… y humildad!
Porque cuando se tiene “facilidad”, “vocación”, “ángel”, es muy fácil comenzar.
Lo difícil es proseguir. La gente cree lo contrario. Pero el artista sabe que
ésta es la verdad.
Merecen mención, además de los citados, el
mudito Silvio Miranda, José Marqués, Connie Guerrero, Dino Aranda (que presenta
un muy delicado pastel) y Elba Estrada.
Para presentarlos al público lector,
pedimos a cada uno de los tres jóvenes más destacado su autobiografía que damos
a continuación con sus retratos.
JOSÉ
NOEL FLORES:
Mi nombre es: José Noel Flores Castro, nací
en 1941, el 12 de noviembre en un lugar llamado “Piedra Menuda”, jurisdicción
de Nindirí, departamento de Masaya. Basta su nombre de piedra menuda, o
apedrada por el volcán Santiago. Mis padres son: María Castro de Flores y
Alfredo Flores. Mi madre siendo profesora de aquel lugar; fue quien se preocupó
por mí cuando yo le hacía los dibujos a mis compañeros y fue entonces cuando vine
a Managua en compañía de mi papá a la Escuela de Bellas Artes en donde le
suplicó al Director don Rodrigo Peñalba me dejar entrar pues por la edad que
tenía que era 11 años era imposible que me quedara en una forma de prueba. Al
año siguiente me consiguió una beca para que estudiara en dicho centro de la cual he gozado durante
6 años en el Instituto Central Ramírez Goyena, como pensionado. Agradezco a la
compañía Solórzano Villa Pereira oficialmente y don Julio Villa en particular
por prestarme su apoyo y poder esculturas en hierro.
CÉSAR
CARACAS
Caracas, ya reconocido en exposiciones
anteriores, expuso tres cuadro, dos de ellos abriendo camino nuevo en su
modalidad expresiva.
LEONCIO
SÁENZ
Nací el 13 de enero de 1935, en el valle de
Paxila, departamento de Matagalpa. Fueron mis padres Víctor Manuel Sáenz y
Leoncia Sáenz.
A la edad de 16 años, fui adoptado como
hijo por el Excmo. Señor Obispo Monseñor Calderón y Padilla, quien al conocer
mis aptitudes para el dibujo no tardó en procurarme una beca para la Escuela de
“Bellas Artes”.
Al principio tuve ideas de ingresar al
sacerdocio, quizá influido por el ambiente, pero la voz paternal de Monseñor me
dijo: “Tu vocación no es esa, más vale que te intereses por el Arte” y
efectivamente estaba en lo cierto.
Soy huérfano, no tengo bienes materiales
pero cuento con la confianza en mi “ego” y las esperanzas que me ofrece el
porvenir.
ARNOLDO
GUILLÉN R.
Nací en la Isla de Ometepe al pie
occidental del gigantesco Concepción, en el pequeño puerto de Moyogalpa. Carmen
S. Guillén y Elena R. de Guillén es el nombre de mis padres.
Desde muy pequeño mis padres notaron cierta
agilidad en el dibujo sin tener conocimiento artístico más que de la original
cultura de aquella isla. Limpiaba con los pies la tierra
para luego dibujar con claves en el suelo.
En septiembre de 1954, en una visita
turística a aquella isla del señor Director de Bellas Artes, profesor Rodrigo
Peñalba, familiares míos me llevaron a su casa donde mis padres le mostraron
mis trabajos. El artista al ver los dibujos que hacía prometió darme una beca
la que fue otorgada en julio de 1955 para estudiar en la Escuela de Bellas
Artes de Managua, donde he logrado conocer lo que es el Arte.
El “ídolo” como cariñosamente me llaman mis
compañeros, lo mismo que todos los estudiantes de ese centro, va adquiriendo
cada vez mayor conocimiento en el ramo de la pintura y la escultura bajo la
Dirección de notables profesores don Rodrigo Peñalba y don Fernando Saravia G.,
y he participado ya en tres exposiciones de fin de año en la Escuela de Bellas
Artes de Managua, dedicándome exclusivamente a paisaje y retrato.
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