lunes, 28 de julio de 2014

MANUEL GARCÍA Y EL MUNDO COMO UN TOROVENADO. Por: Julio Valle-Castillo. En: La Prensa, sección Revista. Lunes 18 de Junio de 1990.

En la Fotografía: Manuel "El Indio" García, Julio Valle-Castillo, Luis Morales Alonso, Josefina Guillén, Fidel  Coloma González

Aunque el mejor artista plástico de Masaya ha sido un autor colectivo que se llama Pueblo de alfareros, cesteros, hamaqueros, carpinteros, artesanos, entre la pintura rupestre representada por el mural del Cailagua –tan abstracto como descriptivo o narrativo—, que data de hace más de 500, y la actual pintura primitivista, ingenua o popular –Carlos Marenco, Álvaro Gaitán Luis Alvarado, Thelma Gómez, Marvin Gómez y otros—, existen algunos nombres de pintores originarios de Masaya con distintas significaciones, aportes y grado de importancia en el desarrollo de la plástica nicaragüense: Adolfo León Caldera, Honorato Caldera, Frutos Alegría, Pedro Ortiz, Sofonías Gómez y José María Reyes. Todos ellos participan de la doble fuente académica y popular, tradición retratista del siglo XIX, decoradores, “altareros”, ornamentadores, “teloneros”, imagineros o “santeros” populares, autores de máscaras, grabadores de madera, etc.

Nuestro primer pintor primitivista tenía que ser naturalmente un indígena –la plástica viene en Masaya de su raíz indígena—, un niño del barrio de Monimbó que de la mano de su madre o tras sus pisadas partió un día a la recolección de café en las haciendas de la meseta de Carazo o a las haciendas de Matagalpa y Jinotega y ya no volvió ni a su barrio ni a su ciudad natal. El niño que creció entre la peonada y los promesantes, entre las romerías o peregrinaciones religiosas o laborales, Manuel García Moia, más conocido como “El indio García” (Masaya 13 de Junio de 1939) llegó a parar muy joven a la Escuela Nacional de Bellas Artes y allí, el maestro Rodrigo Peñalba, fundador del moderno movimiento pictórico de Nicaragua, orientador y descubridor de vocaciones y el mismo que había iniciado y valorado desde el primer momento a la abuela bordadora Doña Asilia Guillén, lo estimuló y lo guió hacia el primitivismo. García Moia surgió, pues, en los años sesentas, casi coetáneo, un poco antes, que el otro caso de primitivismo, Doña Adela Vargas de Icaza; pero Manuel García no obtuvo el éxito, incluso careció de nombre –seguramente porque para el mercado y los gustos y las clases dominantes era un indígena—; fama de la cual gozaron Doña Asilia y Doña Adela. García Moia pasó más o menos inadvertido, fue un caso de primitivismo marginal, y, a veces, para poder subsistir, tuvo que dedicarse a otro trabajo: Fue “Clarín” de un cuartel, fue fotógrafo. La vieja Managua lo vio fatigar las calles ofertando sus obras con muy precaria respuesta. Aún en la década de los sesentas, cuando se produce el auge de galerías –Praxis, Tagüe, Expo la Prensa— y de la “Escuela Primitivista de Solentiname”, estuvo a la sombra, como ignorado, pero fiel así mismo. A pesar de su trayectoria, su celebridad nacional e internacional se debe al contexto revolucionario, a la última década que ha vivido Nicaragua: es uno de los primitivistas representativos del actual movimiento primitivista del país. Representativo y uno de los grandes, un verdadero artista, con individualidad, con sello personal, con mundo propio: es el pintor que ha llevado el primitivismo al muro, al muralismo.

Igual a Doña Asilia que para representar al mundo pintaba las isletas en Granada, Manuel García Moia pintaba Masaya. El sólo sabe pintar Masaya. El mundo para él se reduce al paisaje de donde en busca de sustento y trabajo salió en su infancia y no volvió: Masaya, más precisamente, Monimbó. Desde esa región de nostalgia pinta Manuel García, desde allí se divida El Coyotepe y La Barranca, la laguna, el cielo y él se sitúa entre los ranchos, los indios, los animales y los árboles y siempre, invariablemente, en una atmósfera de fiesta. La vida, la ciudad, sus figuras enfiestadas. La vida es una fiesta. Masaya es una sostenida fiesta patronal. El documentó antes que nadie en Nicaragua las fiestas religiosas y civiles, por eso sus multitudes sus masas, son tratadas carnavalescamente. Pinta el “Torovenado” aunque no está pintado el “Torovenado”. De aquí que su paleta sea bullanguera. Rojos, azules, verdes, celestes. Cabe advertir que García Moia está especialmente dotado para las miniaturas: profusión, fineza y gracia. Es un miniaturista, sin embargo, en la década recién pasada se reveló como muralista, se buscó mayores espacios para producir con abundancia y profundizar en su temática. Heredero de aquellos indígenas que grabaron la roca del Cailagua, García Moia es un muralista. El mural primitivista más grande del mundo, es obra suya y refleja “la Lucha de liberación de Monimbó”, Berlín, RDA, 1985, 30 metros de alto x 12 metros de ancho. “El Indio García” muralista y miniaturista, vuelve a su infancia, a sus raíces desde la pintura, entre la melancolía, entre la nostalgia indígena y la épica de su pueblo, que estalla en fiesta, bronca: cohete, ruido y golpe.


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