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*Doy una imagen de tranquilidad, pero tengo muchos torbellinos y explosiones dentro.
*Tenemos
tiempo para todo, para los demás, pero no nos damos el tiempo para conocernos a
nosotros mismos.
Desde niño la muerte ronda sus pasos.
Creció entre ataúdes de diferentes tamaños y cuentos de aparecidos, porque su
casa era una funeraria y quedaba encima del primer cementerio de Estelí. Ahí
nació Bayardo Gámez atendido por parteras.
Por coincidencias y rarezas de la vida,
nació un nueve de diciembre, el mismo día que Alfonso Cortés, con quien se
identifica por “la búsqueda que lleva en su interior” y al que dedica su décima
exposición personal: Áspero yermo de tormentas,
nombre que escoge de una frase del poema Al Dante, del famoso Poeta Loco.
Bayardo Gámez Montenegro, mejor dicho El Chele Gámez, es un “discípulo visual
del grupo Praxis” y heredero de la pasión por la cultura indígena de Alejandro
Dávila Bolaños. Habla bajo y pausado, como con la voz entrecortada. Viste jeans desteñido y camiseta, lleva lentes
de cristal verde y el pelo alborotado. Silencioso y reservado, sus amigos
afirman que es una enciclopedia andante en asuntos de historia y que tiene una
memoria envidiable.
Tiene cinco años de trabajar con el Centro
Nacional de Medicina Popular y Tradicional de Estelí, en Antropología de la salud, disciplina que aplica un enfoque
histórico-cultural al ejercicio de la medicina popular tradicional, y que se propone
rescatar los conocimientos que, sobre salud, tenían las culturas prehispánicas.
El
Chele Gámez, a sus cuarenta y dos años, es conocido
por varios motivos: es pintor, antropólogo empírico e historiador. Austero,
materialmente se siente realizado si no le falta lo básico para vivir: sus
materiales de pintura, libros, música y lo necesario para comer y vestir. “Creo
que en el fondo tengo un espíritu de tuareg,
de nómada del desierto”, dice mientras fuerza una sonrisa.
Aprendió a pintar copiando reproducciones
renacentistas, para la niña Teresita
Amador, quien se dedicaba a pintar santos. Pero su posterior carrera académica
como pintor no llegó muy lejos, pues antes de cumplir un año de estudios en la
Escuela Nacional de Bellas Artes, en Managua, sus padres lo retiraron por
abandonar la secundaria. “Me metí al mundo de la bohemia a los dieciséis años
con la gente de Praxis. Ahí estaban
Carlos Alemán Ocampo, Róger Pérez de la Rocha, Leonel Vanegas. Estaba
recomendado a don Rodrigo Peñalba, y él me dijo: “No andés con esta gente que
son comunistas”. Yo era el único cipote
que andaba con ellos; me ayudó mucho, porque me permitió otra visión de la
pintura fuera de la academia”, explica.
Sin embargo, Bayardo siguió pintando y hoy
tiene en su haber cuarenta y dos exposiciones personales. Afirma que su pintura
“es una mezcla del arte precolombino, del realismo mágico y del expresionismo,
entre otros. Trato de expresar al ser humano dentro del miedo en que vive; con
sus angustias y luchas interiores”.
Confiesa haber sido influenciado por
Donaldo Altamirano, y se declara admirador de Leonel Vanegas. “Es el pintor más
violento, más de tierra, más volcánico. Me identifico con él por el toque
indígena en su colorido”, dice. Sus pintores latinoamericanos favoritos son Roberto
Matta, Wilfredo Lam y Frida Khalo.
Fue su pasión por la pintura la que lo
llevó a la antropología, pero también la privilegiada relación que tuvo con el
sabio masayés Alejandro Dávila Bolaños.
“Dávila Bolaños era vecino de mi casa. Era
como el médico familiar, y desde que o era pequeño me regalaba revistas. El me
pidió hacer dibujos para sus libros. Me inició en toda la onda del indigenismo
y la cultura mesoamericana. Al morir él me dolió mucho. Era como un vacío el
que me quedó. Sentí un reto continuar con el trabajo que él realizaba”.
Y El
Chele no le falló a su maestro. Uno de sus méritos es haber recopilado toda
la obra dispersa por el país de Dávila Bolaños. Y para que el desaparecido
descendiente de chorotegas no tuviera de qué quejarse en el Tlalocan, Gámez
también elaboró un inventario sobre piezas arqueológicas de Las Segovias que se
encuentran en casas particulares, museos y lugares de origen. Por si faltara
más, levantó a su vez un inventario de las palabras náhuatl, matagalpas y mexicas, existentes en la toponimia de la
zona.
Andariego y acucioso, a El Chele no le han pesado los pies ni
las ganas para recorrerse 25 zonas arqueológicas de Nicaragua, Honduras,
Guatemala y México. Sus amigos lo admiran por las energías dedicadas a rescatar
el patrimonio cultural de la región ignorado por muchos. “Es muy estudioso y
dedicado a las cosas que le apasionan”, dicen.
Su primera investigación la hizo sobre El origen del conocimiento heredado,
junto al doctor Eduardo de Trinidad y Uriel Sotomayor. Tiene cocinadas dos investigaciones inéditas: Antecedentes culturales de la Región I y
Antecedentes históricos de la Región VI.
¿Qué es lo que más te ha impresionado en
las investigaciones?
“Encontrar un mural de petroglifos en Las
Pintadas, cerca de Icalupe, en Somoto. Un farallón como de tres pisos, lleno de
dibujos y labrados pictográficos con colores rojo indio, ocre y azulesco. Se
han hecho algunas fotos, pero no se ha estudiado a fondo. La Costa Atlántica
también es un mundo cultural que todavía no conocemos”.
¿Quiénes han influido en tu vida?
“En mi formación tengo tres eslabones
importantes: Leonel Rugama que me inició en la lectura seria, prestándome
libros cuando yo tenía doce o trece años. El segundo fue Donaldo Altamirano,
que me ayudó en mi formación artística pictórica, y Dávila Bolaños, que me
integró a los estudios precolombinos. Han sido como faros que te dicen: Por aquí debería caminar.
Pero Kafka “le golpeó el cerebro” y devino
su escritor predilecto. “Me enseñó otra percepción del mundo. Hice un dibujo
sobre El Proceso”, dice, mientras se pasa el dedo índice por el despoblado
bigote.
¿Cómo te describirías?
“Como un introvertido. Doy una imagen de
tranquilidad, pero tengo muchos torbellinos y explosiones dentro. La imagen por
fuera es la que me ha condicionado el medio. Pero vos te vas creando un nido;
un nicho para ser uno mismo, y lo que llevas dentro te lo vas guardando”.
¿Qué te impide ser vos mismo?
“A veces necesidades primarias: comer,
trabajar. Para vivir necesitás trabajar. El acoso de patrones familiares, el
acoso de formas de comportamiento. El mundo te bombardea para que seás de
determinada manera: “¿Por qué no te casás? Es una lucha entre el querer ser y
el no querer ser”.
¿Tenés algo en contra del matrimonio?
“No creo en el matrimonio. No creo en el
amor absoluto ni en la eternidad del amor. No me gusta la convivencia bajo el
mismo techo. Tengo pánico a la rutina, porque te carcome. Mientras que viviendo
en lugares separados es más vivo, más espontáneo. Es como una mezcla entre
amistad, enamoramiento, amantes, solidaridad y el agrado de encontrarnos. Creo
en la comunicación, en el compartir”.
¿Creés en la fidelidad?
“Creo en la franqueza. Ser franco es que
una sepa de la existencia de la otra. No es una cuestión clandestina. Se puede
querer a varias personas a la vez en diferentes niveles. Lo aceptan. En otros
casos sólo lo aceptan teóricamente”.
¿Hay una relación ideal para vos?
“Sí. Aquella en la que exista buena
comunicación. Donde haya puntos de identificación, respeto para los espacios
individuales. Eso es importante. Que no haya dependencia del uno ni del otro,
ni sojuzgamiento. Que sea una relación horizontal, independiente de los altos y
bajos”.
¿Y qué hay de la soledad?
No le tengo miedo a la soledad como
vivencia. Hay momentos que los vivo plenamente. Cuando me deprimo busco visitar
a alguien. Sentimos un horror, un pánico de conocernos a nosotros mismos.
Tenemos tiempo para todo, para los demás, de vernos reflejados en una
monstruosidad, en una deformación. Siempre postergamos el encuentro con
nosotros mismos”.
Bayardo Gámez sigue tras los pasos de su
mentor Dávila Bolaños, y entre sus proyectos del próximo año está el continuar
sus estudios de antropología y una especialización en idioma náhuatl, con el
fin de “completar el conocimiento sobre nosotros mismos”. No dudamos de que
habrá frutos.
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Nota del Editor:
El artista plástico Bayardo Gámez agregó a su prolijo Currículum Vitae, el título de Licenciado en Arqueología Social por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAM). Pertenece a la Primera y única promoción de Arqueólogos bajo el auspicio de la Universidad Nacional Autónoma de Barcelona (UAB), titulación que empezó en 1997 y culminó en 2002. El trabajo final del artista plástico, arqueólogo y antropólogo, Bayardo Gámez Montenegro, permitió la publicación del libro "Registro arqueológico de los petroglifos de la cuenca del río Estelí", auspiciado por la Asociación para la Investigación del Desarrollo Sostenible de Las Segovias.
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