Se me ha honrado de parte de esta
Universidad con la distinción de haber sido invitado para llevar la palabra en
el presente homenaje de reconocimiento a la destacada labor de ARMANDO MORALES,
nuestro pintor que más renombre ha alcanzado fuera de las fronteras patrias.
He aceptado gustoso tal distinción, pues la
reciente sucesión de triunfos obtenidos por nuestro compatriota en el exterior,
ha llenado mi espíritu de fraternal regocijo.
En lo que voy a decir, no pretendo valorar
con justeza la magnitud de su obra, pues si alcanzo a comprenderla en alguna de
sus aspectos, en otros tantos quizá no pueda percibirla con diafanidad; pero sí
creo poder expresar con sinceridad lo que en su obra para mi conocida, ha
despertado mi emoción, y me ha impulsado desde hace tiempo a verter frases de
admiración hacia ella.
Para ser consecuente con mis convicciones
sobre la pintura en general y mis convicciones sobre el indiscutible valor
pictórico de ARMANDO MORALES, se me hace necesario hacer aquí, siquiera, una
tentativa de estudio sobre lo que conozco de su obra, en relación con lo que sé
de la pintura clásica y moderna a través de reproducciones que he podido
estudiar con detenimiento, y a través de la bibliografía que nos llega del
exterior.
La obra de todo artista cuyo valor sale del
nivel común, es siempre compleja y difícil de analizar; más en el caso de la de
un artista pintor, podemos decir que, por su doble sustancia de arte y oficio, concurren en ella
factores que al parecer dificultan más el análisis. Sin embargo, puede
sintetizarse el resultado de toda obra pictórica en dos elementos constitutivos
básicos: el de la forma y el del color. A la forma también puede
llamársele, dibujo, diseño, contorno o límite, según convenga a la modalidad de
la obra.
En la pintura moderna abstracta, conviene
más usar el término límite, ya que su
expresión bidimensional, en la mayoría de los casos, sin sugerencias siquiera
de volúmenes, está constituida por zonas limitadas de color, ya por medio de
líneas delgadas o gruesas similares a los engarces de plomo de los vitrales; o
bien simplemente por yuxtaposición tonal como sucede en los mosaicos. Pero aquí
conviene advertir que en ocasiones, sobre la superficie colorida, también es
usada la línea pintada o grabada, ora recta, ora ondulada con sentido rítmico,
lo cual constituye más bien un dibujo que un límite.
Un crítico peruano, según palabras del mismo
artista MORALES, dijo que su pintura no era ni figurativa, ni abstracta, sino
“desfigurativa”. En realidad no me consta si esta apreciación fue vertida con
intención deprimente, por lo de la palabra “desfigurativa”. Para mí, desfigurar
en pintura (y así lo entienden muchos pintores modernos), no significa de
ningún modo, algo antiestético, pues si así lo fuera, no habrían desfigurado el
Greco, ni Goya, ni Cézanne, ni Picasso, ni otros tantos maestros. Lo difícil en
desfigurar consiste, aunque parezca paradójico,
en “figurar”, es decir, en crear una forma cuyo resultado sea estético. De modo
pues que el uso de la palabra “figurativa”, como término opuesto a lo abstracto, bastante generalizado para
expresar el contenido naturalista de una pintura, resulta arbitrario, pues tan
figurativo es un cuadro naturalista como un cuadro “abstracto”.
Retrocediendo al punto de partida de estas
explicaciones; al de los ya apuntados elementos básicos de toda obra pictórica,
forma y color, quiero concretarme a
este último en lo que se refiere a la obra de MORALES, ya que en opinión mía,
es el color el elemento más pujantemente desarrollado por nuestro artista en su
pintura.
Verdad que no es posible establecer una
separación tajante entre la forma, dibujo o límite de un cuadro y su
correspondiente color, pues ambos se complementan de tal manera en un ora, que
los caracteres gráficos de los primero, armonizan siempre con los caracteres
que pudiéramos llamar “texturales” de lo segundo. Sin embargo, la separación de
ambas cosas puede efectuarse convencionalmente en lo relativo a nuestro gusto
personal o a nuestra comprensión con respecto a la obra. Un color puede
gustarnos en sí, aunque el dibujo, límite o forma no nos agrade o no alcancemos
a comprenderle. En MORALES pretendo entender su calidad colorística, pero no
alcanzo a discernir con claridad el fin estético de su forma o límite,
principalmente cuando su obra se vuelve más abstracta. Y esto me sucede no sólo
con él, sino con muchos pintores modernos. Hago confesión pública, de ello,
para ser honrado conmigo mismo, porque en muchas ocasiones, verbalmente y por
escrito he expresado mis desavenencias parciales con la pintura abstracta de
hoy. Por eso, entre las obras de ARMANDO MORALES, llegó a gustar más de sus
pinturas tendientes a la objetividad que de las puramente abstractas. Conozco,
por ejemplo, entre las primeras, su bello cuadro “Jaula de Pájaros”, hoy
existen en el Museo de Arte de Houston en Texas. Por su expresión, acorde con
mi sentir, lo analizaré aquí para concretarme a una de sus obras.
Es un cuadro de dimensión grande que
representa como lo indica el título, unos pájaros en una jaula.
Su armonía formal y colorística es
completa. No es la representación de carácter académico-realista, sino la
interpretación libre del espíritu general de una jaula de pájaros. Las cosas o
las formas de las cosas, tienen su espíritu. Ya lo dijo magistralmente Enlie
Faure.
En “Jaula de Pájaros”, ARMANDO MORALES,
como pintor bien dotado que es, traduce con maestría todas las sugerencias de
forma y color que pueden emanar de un grupo de pájaros revoloteando en su
cárcel de hierro; y las manifiesta al espectador en una gama rica de colores
apacibles, pero vibrantes de materia pictórica. No hay estridencias, ni tampoco
desvanecimientos ensordecidos, sino armonías. La pintura, cuando es buena,
siempre es armónica. Aún los artistas de color más exasperado como Van Gogh,
nunca dan un tono disonante. MORALES sabe siempre evitarlo. Creo sinceramente
que la obra citada, habría bastado para consagrarle como verdadero pintor.
Hemos llegado precisamente al punto en que
debo aclarar por qué pretendo comprender
la bondad de su color, y en qué me baso para tal comprensión.
--Pues bien, la exquisitez o belleza del
color de MORALES, creo que deriva de lo que voy a explicar a continuación.
–Veamos—.
Al principio dije que la pintura constituía
un arte y un oficio a la vez; y en verdad, por esa razón, cuando el oficio es
descuidado o no conscientemente realizado, el pintor se queda en la superficie
de su arte. Para darle categoría maestra, necesariamente tiene que ser
concienzudo en el oficio, es decir en la parte plástico-manual de su obra, no solamente en la concepción mental de
ella. Y la parte plástico-manual en una pintura, (la que naturalmente siempre
obedece al dictado del sentimiento y la razón del artista), constituye el
cincuenta por ciento del valor total de la misma. Esto es valedero para toda la
pintura desde sus comienzos en los pueblos civilizados. Los egipcios, en sus
murales, sabían a conciencia su oficio; y lo mismo los aztecas, como los
pintores renacentistas italianos y flamencos. ARMANDO MORALES sabe bien su
oficio.
Cuando Juan Van Eyck, descubrió o perfeccionó
la técnica de pintar al óleo en su tiempo, no hacía otra cosa que profundizar su
oficio de pintor, agregando algo nuevo a la pintura mundial en el campo
plástico-manual.
Y ya que se ha hablado de los flamencos,
tan ricos en materia pictórica; voy a decir que la pintura de ARMANDO MORALES,
lo específicamente material y depurado de su color, tiene mucho de flamenco, y
por demás, de un flamenco afiliado, Jerónimo Bosch (El Bosco).
Se me preguntará quizá, ¿qué relación puede
haber entre el Bosco y MORALES? Pues sépase que por confesión propia de ARMANDO
MORALE, su temática pictórica es la muerte. En “Árbol Espanto” del Museo de
Arte Moderno de Nueva York, y en “Caballo agonizante”, el lenguaje es ese. Y
aquí precisamente uno de los puntos relativos al pintor holandés de formación
flamenca.
Jerónimo Bosch en sus últimos tiempos
también se apasionó por la misma temática pictórica de Morales; y en su obra
“El Martirio de Santa Julia” existente en el palacio del Dux de Venecia, todos
sus colores hablan de la muerte, “dentro de una atmósfera enrarecida”.
El otro punto de contacto ente ARMANDO MORALES
y el Bosco, es la expresión vitriosa (sic) de su empaste colorístico; un
empaste que en el maestro holandés procede de los pintores flamencos, de su
oficio consciente. Y esta conciencia plástica de oficiante, en MORALES se vuelve
básica, se vuelve de rigor. Nada de facilidades y truculencias de receta, sino
disciplina y paciencia. ARMANDO MORALES es un pintor paciente, exigente consigo
mismo.
Eugenio D᾽Ors ha
dicho: “La prisa ha corrompido al mundo. La restauración de la paciencia le
salvará. No en arte sólo. En cualquier aspecto de la civilización, éste es el
mal, éste el remedio. No hay enemigo peor de la Obra Bien Hecha que la
impaciencia: como la paciencia no hay amigo”.
Lo bien hecho de la obra artística de
MORALES, tomando en cuenta por supuesto su vigorosa intuición de pintor, se
apoya grandemente en esa paciencia. Y en el arte plástico de hoy, pocos
participan de esta virtud. La restauración de ella, es la que tarde o temprano
nos llevará a la vitalidad eternal del arte clásico. Porque yo no creo en la
sustentación de la siguiente tesis de
algunos modernos: “el arte de hoy es más profundo que el arte clásico”. Yo
creo, por lo menos en lo que respecta a la pintura, que estamos en un período
gozoso de libertad estética, pero hay que meditar en que el abuso de la
libertad, enerva la vigilancia del espíritu. Y es precisamente el abuso de
libertad estética, el que a mi juicio está matando gran parte de la producción
pictórica de nuestro tiempo.
Estamos en presencia de la proximidad de un
naufragio. Mejor dicho, somos todos probables náufragos. La barca se ha alejado
mucho de la playa salvadora. Los credos estéticos son tantos y tantos los
promulgadores como sus prosélitos, que corremos el riesgo de perder la ruta. Y
sólo podrán permanecer sobre ella, quienes hayan apenas enriquecido el lenguaje
del arte con vocablos nuevos, pero manteniendo inalterable lo sustancial, lo
esencial de la tradición plástica.
He tenido que hacer este paréntesis de
consideraciones, con el fin de reforzar mis manifestaciones de admiración y fe
hacia el valor artístico de la obra de ARMANDO MORALES; porque sus creaciones,
respirando la atmósfera de nuestra época, están dosificadas de belleza “muy
antigua y muy moderna”, lavadas de la escoria de la facilidad, del virtuosismo
superficial, manteniéndose grávidas de calidades plásticas permanentes.
Y en esas calidades que dan vigencia a la
obra de MORALES, ¿de dónde proceden en el período de su formación artística?
Preciso se hace exponer un poco.
MORALES no ha cursado estudios académicos
al modo de otros tantos artistas modernos. Y
aunque sabido es que no son las academias las creadoras de la
personalidad de los artistas, indudablemente ellas ayudan mucho a la formación
de los mismos cuando éstos poseen talento para desembarazarse de lo
innecesario.
Pero en MORALES, uno de sus principales
méritos consiste exactamente en no haber abrevado su técnica más que en la
fuente de un innato espíritu de observación, meditación y disciplina. Y aunque
es justo señalar que su contacto con Rodrigo Peñalba (otro de nuestros pintores
de sólida reputación), en cierto modo le fue saludable, ya que este maestro fue
el principal encausador del joven pintor MORALES hacia los fines de las
tendencias pictóricas contemporáneas; también es justo advertir que ese
contacto en nada tiene que ver con sus posteriores cognoscitivas en la parte
plástico-manual de su arte.
Para terminar, quiero referirme aunque sea
someramente a una de las obras enteramente “abstractas” de ARMANDO MORALES, la
que tuve oportunidad de conocer hace pocos días en Managua. Me intrigó mucho
por la relación con otra obra del gran pintor español, Salvador Dalí.
El motivo que inspiró a MORALES en este
cuadro, es la “Cena” del italiano Sassetta. Ha mantenido en ella el rigor
estructural de lo que pudiésemos llamar el esqueleto de la forma del maestro
cuatrocentista, con lineamientos finos entre una armonía de matices azulados,
rosas y verdosos en sereno equilibrio con tonalidades profundamente oscuras.
Ha creado aquí MORALES una variación más
del clásico tema de la “Cena”. Ha hecho, por decirlo así, con ideograma
diferente, lo que Salvador Dalí con la “Cena” de Leonardo. Y es esto precisamente lo que me intrigó en la
relación. La diferencia conceptiva, la oposición en la manera de las dos versiones;
y sin embargo, la unidad en el fin de traducir a las expresiones de la plástica
contemporánea, el idioma sapiente de los maestros clásicos. Porque así como
ARMANDO MORALEAS mantiene lo que llamé el esqueleto de la forma de Sassetta,
Salvador Dalí en la composición o ritmo (como querráis llamarle) de su obra,
mantiene en potencia la estructura piramidal de Da Vinci en la representación
de los personajes; así como la horizontabilidad
(sic) de la mesa y la dulce quietud del paisaje de fondo, verbalmente y
a través de la ventanas, en una exquisita armonía de tonalidades y con perfecta
conciencia del oficio.
He tenido la satisfacción y a la vez el
honor de haber hecho esta tentativa de estudio (aunque sea con el desaliño que
exige la limitación del tiempo) sobre la pintura de ARMANDO MORALES, cuyo
desarrollo artístico me ha tocado presenciar desde sus comienzos. Y cábeme
también la satisfacción de haber escrito en el año 1952 en la prensa del país,
cuando casi nadie sospechaba sus actuales triunfos, la siguiente frase: “Entre
el grupo asistente a la Escuela de Bellas Artes de Managua, ARMANDO MORALES,
por las calidades exquisitas de su color, está llamado a representar bien a
Nicaragua en el futuro de nuestra pintura”.
Y en la pintura de ARMANDO MORALES, yo
elijo su color.
** Este
trabajo fue publicado en la revista “Cuadernos Universitarios”, No. 16,
publicada por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, León, Nicaragua.
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