sábado, 8 de agosto de 2015

Nuestros artistas y la crítica extranjera EL PINTOR NICARAGÜENSE HUGO PALMA IBARRA. En:

La Opinión. Los Ángeles, California. Agosto de 1981.

Por: Octavio R. Costa



   Un día al pasar por el periódico para dejar mi crónica y recoger el ejemplar del día y la correspondencia me encontré con él. Me estaba esperando. Alto, delgado, cetrino. Me lució distinguido aun en mangas de camisa. Pero lo que me impresionó de él fue la bondad que emanaba de su rostro. Me dijo que era pintor. Que había nacido en Nicaragua. Se llamaba Hugo Palma Ibarra.

   Le dí el teléfono de mi oficina para que me llamara a fin de consultar mi complicada libreta de citas y señalar un día para vernos.

   Le convenía que fuera en “La Opinión”. Y así fue. Me recibió con una sonrisa de agradecimiento y yo me dispuse a escucharlo. Quise saber de él. Nació en 1942. Teniendo veintidós fue que empezó la pintura. ¿Cómo tan tarde?

   Lo que ocurrió es cosa curiosa. Ya bachiller, graduado en el Colegio La Salle, su padre, que era Juez, y que murió en 1978, lo mandó a Italia, en 1960, para estudiar medicina en la Universidad de Florencia. Y Hugo estudió por cinco años. Y le faltaba poco. Pero mientras tanto la magia de la ciudad lo trastornaba, lo atraía. Era algo que no podía ignorar. En consecuencia, abandonó la carrera. No le pregunté la tremenda reacción que deber haber provocado en su progenitor y en toda la familia.

   Empezó a dibujar. Después a pintar. No tomó clases. Confundido con los estudiantes que si estudiaban. Pintaba temas latinoamericanos, con predominio del estilo maya. Y no sólo creaba, sino que exponía. Y vendía. Será después que asistirá a la Escuela de Artes Ornamentales T. Jácome, de Roma, para estudiar pintura al fresco. Estudió por tres años. Empieza a explicarme cuestiones técnicas. Yo las entiendo, pero no es cosa de trasladarlas a los lectores. Y consumado el aprendizaje, hizo un buen uso del mismo. Es decir, pintó frescos.

   En 1978, dieciocho años después del día que salió para Florencia a estudiar medicina, regresó a Nicaragua. Llegó seis días antes de la muerte de Pedro Joaquín Chamorro. Y allí estuvo hasta que tres años después vino a Los Ángeles en el pasado mes de marzo.

   Y poco días después de nuestro encuentro, a mediados de julio, retornó a su país. No encontró en California las posibilidades que se había imaginado. Por otra parte, creo que no trabajó nada en su tierra y entiendo que nada aquí pintó. Por lo pronto ya nada pude ver.

   Pero, ¿qué hizo en los años que vivió en Nicaragua? Ya sé que fue un tiempo difícil para el arte.

   Hizo dos exposiciones en el Instituto Nicaragüense de Desarrollo. Expuso en el Instituto Médico Psicológico Nicaragüense. Exactamente con la inauguración de este establecimiento. Después los acontecimientos que se precipitaron no le permitieron seguir exponiendo. Tampoco fue posible dentro de la nueva situación surgida en su país. No hubo oportunidad. Se vivían demasiadas tensiones y preocupaciones. No era posible.

   Después de que ya tengo una imagen de la trayectoria personal y artística de Hugo quiero saber más de él. ¿Qué pintaba desde Italia? ¿En qué consiste su arte? Empezó pintando paisajes toscanos. Habla de la suavidad de sus colores. Ha dado especial importancia a la figura humana. Aparte de la influencia latinoamericana, ya apuntada, señala en su pintura cierto acercamiento a la escultura.

   Después de esta primera etapa, viene la del frescor. Los hizo en la escuela en que estudió… Los pintó en casas particulares, en lugares públicos. ¿Qué temas? Una pintura social, con el deseo de presentar la problemática humana, abundan en sus obras los tipos proletarios. Ha aspirado a ser un intérprete de las nobles inquietudes de los humildes de nuestro tiempo.

   Hay  una tercera etapa. El tema de Roma. La Ciudad Eterna, le llegó a lo más hondo del alma y lo inspiró. Pero lo romano no excluía la preocupación social.

   Como no tengo nada suyo ante mis ojos, me atengo a su dicho,  y le pregunto cómo define su arte. Me contesta con un retruécano: —El contenido en la forma  y la forma en el contenido… bueno, eso es la esencia suprema y pocas veces lograda por los más grandes artistas de todos los tiempos y en todas las artes. En artes plásticas y  en literatura. No cabe duda de que cada asunto requiere un estilo propio.

   Me explica la importancia que para él tiene el contenido. Y el predominio de la materia en sus cuadros. Usa un óleo denso. Más que con pinceles pinta con brocha.  Usa mucho la espátula. Todo esto me va orientando. Eso de la simbiosis del fondo y de la forma me sigue gravitando. Hugo confiesa su filiación clásica. Lo clásico determina su obra. Sus dioses son Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Massacio, Giotto.

   No pinta lo que ellos pintaban, pero quiere pintar como ellos lo hacían. Es decir el vino nuevo en los viejos odres: ¿Qué vino nuevo? responde: —La problemática nacional…

   Pone en mis manos un cuaderno. Todo sobre él. Se inicia con su ficha biográfica y sigue con la relación de sus premios. Con esto las exposiciones. Es impresionante.

   Primero Italia. Luego Nicaragua. Imposible copiar. Se continúa con reproducciones de informaciones periodísticas de Italia. Veo los titulares con su nombre. Veo artículos dedicados a él por prestigiosos críticos.

   “Un nuevo nombre en la pintura nicaragüense: Hugo Palma”, dice “La Prensa Literaria”, de Managua, cuando aún estaba en Roma.

   Dentro del cuaderno encuentro la invitación para exposición suya.

   Expuso cuarenta obras. Vuelvo al cuaderno. Observo la reproducción de obras suyas. Efectivamente, el corte es clásico. El tema es actual. No cabe duda, es un gran pintor.

   ¿Qué estará haciendo en Nicaragua? ¿Por qué no volvía a Italia? le pregunté. Había vivido allá dieciocho años ¿No era acaso un extranjero en su tierra? Leo algunas de las declaraciones que hizo en Managua, de contenido político. Pero se produjeron antes de la situación actual.


  Pero Hugo Palma Ibarra es un artista y no un político por muy comprometida que sea su arte. Y un artista que pinta bajo el siglo de lo clásico. Es decir, la suprema serenidad de la forma, la magna armonía entre el contenido y la forma. 

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