viernes, 4 de noviembre de 2016

LOS PINTORES DE FIN DE SEMANA*. Por: Jaime Morales Carazo. En: Novedades Cultural. Domingo 13 dObre Febrero de 1977.


Obra del Maestro Róger Pérez de la Rocha, 1976

   Es evidente  y satisfactorio observar en Nicaragua, el resurgimiento del arte, y su apreciación cada vez más amplia  y popular que ha tenido después del terremoto. Casi en todos estos campos hemos avanzado más rápido que en la propia reconstrucción física de la desventurada Capital.

   Dentro de tales manifestaciones es quizá la pintura la que más se venga destacando. Nuevo valores, nuevos conceptos, mayor profesionalismo y calidad, más galerías, exposiciones y  concursos seguramente le hayan estimulado. Paralelo al movimiento profesional de los pintores de tiempo completo, se destaca también la novedosa como creciente aparición de los pintores aficionados y de los artistas denominado en otros países, de fin de semana o domingueros.

   Estos últimos en sus ratos de ocio y esparcimiento, cultivan las bellas artes, sea la pintura, la rama literaria, la escultura, la música y otras expresiones. De repente se descubren cualidades artísticas  que estaban ocultas esperando su momento.

   En una visita que realizamos el año pasado a Hamburgo, nos encontramos llevados por unos amigos banqueros, en un pueblo vecino a esa ciudad portuaria y comercial, un original museo, que constituía el principal atractivo turístico de esa región. Se trataba del Museo del Profesor Rade, eminente antropólogo y filántropo alemán, especializado en pinturas primitivistas de todo el mundo,(había una muestra aparentemente de Solentiname) y en exposiciones de obras precisamente de los pintores de fin de semana.

   En sus galerías, abiertas a todos los aficionados, se exponían los domingos obras pictóricas de personajes de la política, banca, industria, junto con las de obreros, campesinos, niños, amas de casa o simples principiantes. El público concurría en gran profusión y comentaba y calificaba las mejores, mediante un sistema verdaderamente democrático. Cada visitante en una hoja impresa anotaba sus observaciones y votaba en secreto, depositando en un buzón su papelería. En tan original forma se otorgaban los premios y menciones, y con base en tales calificaciones populares se establecían posteriormente los precios de venta.

   Comentamos lo anterior, porque quizás algunas de nuestras galerías podrían promover este tipo de actividades de tanto estímulo y carácter popular, ofreciendo la oportunidad a los pintores domingueros de exponer, las que generalmente por timidez y falta de facilidades se quedan en sus casas. En este pequeño centro se han descubierto notables valores que después han llegado a ser reconocidos pintores.

   Antes de concluir esta nota, tan alejada de los usuales y a veces áridos tópicos económicos y financiero, que abordamos semanalmente en el “Correo Económico de INDESA”, nos referiremos a una obra expuesta en el pequeño museo, que tenía doble propósito.

   Se trataba de la puntura de un desnudo; de una bellísima dama (autorretrato de una conocida escritora), ligeramente cubierta por un tenue velo, del que emergía turgente su ápice por un rosado botoncito. Al lado de la pintura- escultura se leía el siguiente letrero: “Estimado visitante, seguramente no resistirá la tentación de acariciar mi pecho. Lo invito a hacerlo. Deposite una  c o n t r i b u c i ó n voluntaria en la cajita a su derecha (alcancía) y ahora que no le ve su esposa, a c a r í c i e m e l o suavemente. Su contribución ayudará a llevarle u n poco de consuelo a los niños desnutridos de Biafra.

   Al efectuar la irresistible operación y oprimir discretamente el botoncito rosado que coronaba el cónico seno, sonó de repente un escandaloso timbre, provocando la atención e hilaridad de todos los asistentes.

   El Administrador del museo me decía, que la cantidad de dinero que colectaba el hermoso pecho de esa pintura, permitía realmente ayudar a centenares de niños de Biafra.


   Mi mujer que estaba al lado, mientras sonreía al docto alemán sin entenderle nada, por abajo me daba un pellizco, d i c i é n d o m e: —¡Chancho!—

(*Tomado de su magnífica y reciente obra “El Burro del Alcalde y Otras Narraciones).

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