¿Qué es la pintura abstracta? Con una
aparente paradoja contesto y no lo hago solo, sino con los maestro de este arte
contemporáneo.
EL ARTE ABSTRACTO ES EL ARTE CONCRETO. ¿Estoy loco yo? ¿Estamos locos toda una generación que así
lo cree? No. La paradoja, ya o dije, es solamente aparente porque si concretó
el arte de ayer la imagen exterior del mundo de las cosas visibles, el arte de
hoy concreta el mundo interior,
cambiante, mágico del hombre contemporáneo.
¿Puede una manzana sobre una tela de
Ceezanne expresar el hoy nuestro? ¿Puede Leda y el Cisne de Correggio dar
nuestra zozobra? ¿Puede Leonardo con su Mona Lisa? ¿Quién puede dar esa voz de
la inquietud de este siglo inquieto, con una imagen real de lo visible?...
Nadie.
Yo invito a la meditación profunda de
nuestros problemas sociales, a la penetración penosa de nuestra psicología
complicada, al análisis serio de nuestra ciencia maravillosa para el bien y
para el mal y les pregunto ¿Puede la pintura de una hermosa mujer desnuda
concretar eso, so que es vida en la división misteriosa del átomo y que es a la
par de la muerte?
¿Puede la naturaleza muerta o el paisaje
ser otra cosa que no sea lo que se ve y dejar de limitar nuestro sentir a lo
que esas cosas son?
La naturaleza muerta o el paisaje o el desnudo
pintados, son las cosas verdaderamente abstractas, esas son las coas que
representan lo que no son, sino por convención. Lo que somos por dentro, lo que
refleja ese mundo maravilloso del que debemos estar orgullosos de pertenecer es
esa pintura concreta llamada abstracta. Lástima es que no podamos aquí, juntos,
ver, discutir, con obras a la vista esa verdad que no digo yo, sino que las
trasmito en nombre del arte más discutido que hayan nunca las épocas históricas
poseído.
“Las palabras del lenguaje llamado
abstracto no son comprendidas sino por pocos, pero pronto será leída y hablada
por todos; nos daremos cuenta entonces que ningún lenguaje está conformado
mejor a la nueva comunicación” dijo Audre Bretón. Si no hacemos un esfuerzo por
descubrir la esencia religiosa y el significado mágico de las cosas, no haremos
sino añadir nuevos puentes de embrutecimiento a aquellos ofrecidos hoy por
incontables individuos”, dice Juan Miró, el gran pintor español. El consciente
y el subconsciente, la intuición y la comprensión, deben producir la
trasmutación a una súper-conciencia, en una unidad radiante”. Esta es una frase
de AudreMasson.
No quiero citar frases por afán de
erudición. Quiero solamente llevar a la conciencia del auditorio distinguido
que me escucha, la noción clara de la seriedad ideológica que respalda la
pintura contemporánea.
Es uno de mis álbumes de apuntes encuentro
esta frase mía sobre el arte que nos ocupa: Busco en mí yo subconsciente con
ayuda del consciente, forma y colores que revelan mi personalidad interior. Hay
en mi obra abstracta un factor común de mágica formación de un misterio que yo
mismo ignoro, pero que aflora tenazmente en mi pintura. Como quien va por un
bosque desconocido, perdido y encontrándose, como quien a tientas palpa la forma
de la amada y descubre el deleite misterioso en el deslizarse afiebrado del
tacto, así el deleite del pinto que se adentra en el desconocido arcano de una
forma no repetida sino que se descubre con la sensibilidad desnuda en el
momento creativo.
No hay normas, no hay leyes. Existe solo
Dios, el hombre, el artista y la
desnudez de una tela. Cual fuerza misteriosa nace el ritmo, cual sonido
inesperado brota el color y una voz interior, suae pero claramente audible va
guiando la mano.
El subconsciente controlado por el yo
consciente buscado, encontrando formas y colores que revelan nuestra verdad
interior.
He sido pintor treinta años o más de mi
vida. He recorrido, ascendiendo y descendiendo todos los caminos de la pintura.
Tuve una formación clásica; me recreé en la aparente verdad de las cosas.
Descubrí luego que en las cosas no había verdad sino en la reacción poética que
esas cosas llegaban a imprimir en mi sensibilidad. Llegué luego a otras formas
en donde ya no era solamente la poesía emanada de la naturaleza la que ocupaba
mi mente sino la transformación hacia una expresión vital, trascendente y
comunicativa; encendía los colores, exacerbé la línea, martillé la materia
pictórica.
Pues bien nunca sentí la trascendencia de
una obra en tal grado como la siento hoy a través de la abstracción.
Antes era el modelo, fuere este cual fuere:
(flor, fruto, mujer o paisaje) y yo. Más o menos sensible mi reacción, más o
menos puro el resultado, pero era siempre un diálogo de creatura a creatura.
Hoy ante el arcano de una sensación estamos solos mí lienzo y yo. Cuántas veces
en lo alto de la noche, ahí donde no hay más voz que aquella de la conciencia
he ido balbuciendo mi expresión que ineludiblemente resulta coherente a mí
mismo, sin parecido a obra alguna, sin copia de nada sino de aquella forma
subconsciente que mi mano obediente va modelando por necesidades instintivas
pero operantes, profundas, claras.
¿Cómo puede alguien llevar a la palabra inadapta la imagen de un proceso misterioso pero tangible?
¿Cómo pudiera yo comunicar con voces
habladas la verdad impalpable de ese rito en que el artista es el sacerdote y
es la ofrenda? Es como desnudar el alma olvidándose de todo. Si como darle ala
al corazón y dejar que escape por la ventana abierta del espíritu y permitir
que se pose en la tala imprimiendo coas que nosotros mismos ignoramos. Ahí no
hay norma, ahí no hay leyes. Ahí se llega a la creación pura.
Si después de eso no agradare la obra a
hombre alguno, no importa. Para nadie pintó el artista sino para sí mismo.
Lleva la obra sin embargo su mensaje. Otras
almas gemelas descubren la voz, la identifican y sienten con ella, y otro
diálogo se establece entre el alma pintada del artista y el ojo-corazón del
caminante que paró su caravana ante aquel cuadro y sabemos cuándo la voz se oyó
y oímos la música del misterio y percibimos el perfume de lo impalpable. El eco
de la voz, la tortura de una línea, la tragedia de un color.
Es claro que ver una manzana o una flor
pintada lleva a la manzana y a la flor como imagen visiva. Pero nada más.
Ver nuestra emoción pintada en un lienzo,
sentir la poesía que pasó aleteando sea con trino o con garra o con alta negra
de búho agorero, eso es otra cosa más profunda, más vital y más hondamente
humano.
¿Por qué he venido yo hoy aquí ante Uds, a
decir cosas que nunca dije antes, a desvelizar sin pudor mi conciencia de
artista? ¿Qué me hace romper esa reserva
que he guardado siempre respetando los fueros de mi intimidad más recóndita?
Solamente una cosa. Quiero inspirar respeto por esas obras que quizá se miraron
con el menosprecio con que se mira el disparate. Quiero que comprenda cada uno
de Uds., qué cosas siente el artista cuando pinta sus obras; qué cosas nos
llevan a preferir pintar lo que tal vez el hombre ajeno a ellas no comprende.
Claro está, hoy, ayer, mañana, habrá arte
bueno y arte malo. Hoy y siempre habrá y ha habido malabaristas de la
conciencia propia y de la ajena, confusionarios, falsos profetas. Hoy y siempre
habrá y ha habido voces pequeñas que arrullan con murmullo de tórtolas en celo,
y habrá y ha habido rugidos de trueno en los mundos del arte. Pero no importa: se caerán las caretas y las
voces suaves y pequeñas tendrán su lugar al lado de aquel que tiene
resplandores de relámpagos en su obra de arte. No todos serán Miguel Ángel.
Otros serán la brisa leve y otros el vendaval que arrasa. Eso no importa. Lo
que es necesario para el creador es ser sincero y para el espectador es ser
inquisitivo, sensible y humilde.
Ninguna obra elevada y profunda, sea ésta
música, literatura o pintura donará su tesoro a primera vista. Deberá mediar la
fe en el hombre, en su tiempo y en su obra.
Mal puede un artista evadir su siglo,
coraza invulnerable de la que no escapa quien tiene sensibilidad. Otras fueron
las condiciones que hicieron posible el Arte de una Capilla Sixtina, o de una
Virgen de las Rocas de Leonardo. Todo el proceso de la creación artística,
filosofía, historia, la vida toda, ha cambiado su concepto. Fuerza ineludible
es que cambie también la obra de arte y lo que ayer fue trascendente, hoy no lo
sea más para el artista.
Fueron los juegos olímpicos, fue el culto a
la belleza exterior, la filosofía, en fin la vida misma lo que hizo que
Praxísteles sintiera trascendente impelente, el deseo de acariciar con el
cincel su bloque de mármol de Paros
hasta convertirlo en la piel de una Venus.
Fue el ansia de inmortalidad de un estado
teocrático. Fue el ansia de hacer sentir la inmortalidad en sus piedras la que
llevó por otros caminos al artista egipcio. ¿Cuál fue más grande? Ni el uno ni
el otro. Ambos fueron grandes porque el uno y el otro dieron a su piedra la
forma de su tiempo, de su raza. La forma del espíritu de su raza y de su
tiempo. Pero cuando vino Roma y sojuzgó
al uno y al otro, ambas artes cayeron para no levantarse más, porque el arte no
es una forma, una manera, sino un espíritu hecho forma.
El siglo veinte, coherente, sincero,
habiendo sentido por su cambio radial la futilidad de otras búsquedas, se lanza
hoy por cien derroteros. Todos ellos demuestran que el arte de hoy está más
vivo que nunca, inquieto, pujante y
rebelde.
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