lunes, 28 de julio de 2014

EL INDIO GARCÍA Y MASAYA A TRAVÉS DE LA PINTURA. Por: Mildred Largaespada. En: Gente. Año I. No. 28. 6 de Julio de 1990.



Gente Interesante

Dice que cuando era un bebé, lo prestaron para que fuera Niño Dios. Pero ocurrió que como era tan lindo, se enamoraron de él y temiendo que lo robaran, en su lugar pusieron a un “chelito”. Por eso es que el Niño Dios no es chirizo como somos en Monimbó”, comenta Manuel Antonio García Moya. Sin duda, su versión sobre la identidad del Niño demuestra su buen humor y la irreverencia del indio monimboseño. Porque Manuel es “El Indio García”, de sangre indígena, masaya de nacimiento y managua a la fuerza —tuvo que venir a la capital para poder sobrevivir.

Pero sobre todo, es un “registrador de la historia”, que en su caso, no la escribe sino que la pinta, en chiquito, en primitivo, en esas minúsculas figuras inamovibles y profundamente expresiva. Manuel es el primer pintor primitivista de Nicaragua y el que ha llevado su obra al muralismo.

El tono serio con que iniciamos la entrevista se esfumó después de los primeros cinco minutos, pues más tarde y sin percatarse hablaba sin parar, desplegando una sonrisa matizada por dos dientes de oro en su dentadura postiza. Tiene 51 años de edad y treinta de pintar. Eso no le impide recordar sus tiempos de jugador de chibolas…

Masaya: años 40. Manuel regresa a aquellos días en los que le fascinaba elevar una cometa entre las calles polvorientas en su barrio natal. Nació en un ambiente marginado. “Fuimos muy pobres, me inquietaba ese deterioro y más tarde eso era lo que estaba pintando”, dice suavemente sustituyendo las “eses” por las jotas”.

Tuvo una familia numerosa, 15 hermanos. Ahora sólo quedan 4, porque todos se fueron muriendo cuando estaban pequeños. Vendió verduras con su madre y  cortó café: “con eso nos sosteníamos con tal de conseguir con qué comer”. Su alegría más grande en esos días no fue el auge de la televisión, sino haber comido los tres tiempos. Aprendió los oficios de mecánica, zapatería, sastrería, pero ninguno le gustó. En Managua aprendió a tomar fotografías y  a restaurar rostros, oficio que más tarde lo llevaría por las calles y el malecón del Lago para hacer fotos a la gente con una cámara polaroid y cobrar 10 pesos por las mismas.

En el 59 llegó a la Escuela de Bellas Artes para descubrir el verdadero sentido de sus manos y su imaginación. Encontró la respuesta a esa inquietud de años y empezó, con el entusiasmo de los que han encontrado el motivo de vivir, a registrar su historia y la de su país.

“Allí conocí a Rodrigo Peñalba y aprendí la técnica del color. Nunca pensé estar en la escuela por ganar plata, sino porque me gustaba pintar”, expresa confesando ese primer sentimiento de los artistas y al cual muchos renuncian más tarde.

Manuel relata que en esos tiempos nadie vivía de la pintura y nadie compraba. Él trabajaba para poder pintar y lo hizo como office-boy, luego como dibujante publicitario y más tarde montó una fábrica de marcos y una galería. “Quería pintar a las vendedoras, el paisaje, mis calles. Me entusiasmaba lo que hacía”, expresa acomodándose un sombrero de felpa negra, que usa desde hace muchos años. Nunca le interesó leer un libro sobre pintura y es más, un amigo, Carlos Montenegro, le dijo que no lo hiciera para que siguiera pintando tal y como lo hacía, con su estilo primitivista.

Pero fue un artista marginado. Sólo unos pocos le admiraron su obra. Los más, negaron el hecho de estar frente a un artista. Casi permaneció en el anonimato.

De hecho, el Manuel que conocemos emergió de ente las sombras en la última década. Toda su obra tuvo que ser homenajeada, por el simple hecho de merecerla, porque estaba allí, porque merece la pena admirar lo bueno. El Indio García ha tenido mucho reconocimiento internacional, varios premios. El mural primitivista más grande del mundo, 30 metros de alto, pintado en Berlín, tiene su firma.

¿Qué quisiera hacer ahora?

“Quisiera volver a nacer. Ser un niño y hacer algo maravilloso”.

Y… ¿qué le hubiese gustado ser?

“Siempre artista, siempre pintor. La vida se termina, pero mi obra va a quedar, no para mí, sino para todo el pueblo que está pintando allí”, dice y al ver su obra uno se da cuenta que las figuras de Masaya están totalmente plasmadas en su obra.

El primer cuadro que hizo fue una copia de un libro de lectura: unos venados y una laguna. “Me quedé admirado por que lo hice muy bien. Creo que ya nace la persona con esa cualidad. Era una acuarela y sin ser acuarelista me quedó muy bien”, confiesa con la “modestia” que caracteriza a los artistas.

¿Qué piensa de su pintura?

“No me considero un buen pintor. El arte no tiene límites, siempre sigue adelante. El artista está en búsqueda permanente. Yo busco también”, comenta.

Tiene dos cuadros con los que se identifica plenamente: El Apocalipsis y el Juicio Final. Son dos obras surrealistas en estilo primitivista.  El Apocalipsis… de liberación –como él lo llama muestra a Monseñor Obando llevando la mitra que en este caso es la cabeza de Reagan, hay guardias y guerrilleros sandinistas, incendios, obscuridad.

Según la época que le toca vivir, Manuel ha pintado su mundo: Masaya, la laguna, los ranchos,  las fiestas religiosas y civiles. Va registrando sus emociones y utiliza los colores más alegres. Se sitúa entre la realidad y su propia opinión. Por eso lo pintado no es precisamente lo que es y al revés.

¿Cuáles son sus actuales preocupaciones?

“Yo creo que la juventud está descontrolada, su vida es muy agitada. No sé si el progreso ha hecho esas cosas. El mundo sigue su curso y no puede pararlo nadie. Pero me parece que los jóvenes están propensos a adoptar vicios y hay que cuidarse”, expresa haciendo un gesto de desaprobación”.

“Hay otra cosa que me preocupa y es la discriminación hacia las personas. Para mí todos somos iguales. Cada quien nace como debe nacer y hace su vida como la quiere hacer y hay que respetarlo. No estoy de acuerdo con la marginación a los negros, ni a los indios, por ejemplo”.

¿Y la discriminación sexual?

“Tampoco. Hay que valorar al ser humano, sea de un sexo o del otro. Hay que ayudarnos mutuamente, para que vivamos en un mundo feliz y en paz”.

Al pintor le gustan dos épocas del año en especial y estas reflejan cómo se ha dividido su vida. “En agosto bailo y brinco con Santo Domingo  y en septiembre con San Jerónimo. Los dos son chimbarones. Me alegra la marimba y los bailes típicos. Yo soy Masaya, pero también “managua”.

Se confiesa como un enamorado empedernido. “Las mujeres son sagradas, hay que mimarlas y darles su lugar. Cuando uno se enamora siente amor, no sé si lujuria, es algo agradable”, expresa.

Se considera una persona amigable. “Si me hablan, hablo. Cuando platico después tiene que aguantarme. Es verdad que tengo una cara seria y agria, pero en el fondo soy amoroso”.

¿Qué quisiera hacer en los próximos días?


“Seguir pintando. Y pienso que hasta cuando lleguen mis últimos suspiros de vida, estaré en la cama haciendo la última raya”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario