jueves, 30 de julio de 2015

LOS PRIMEROS PETROGLIFOS DE NUESRA PINTURA. Por: Mercedes Aróstegui. En: La Prensa Literaria. Sábado, 2 de Mayo de 1992.




         A principios de 1974, tres destacados pintores nicaragüenses: Alejandro Arósteugui (1935), Orlando Sobalvarro (1943), y Róger Pérez de la Rocha (1949), fueron invitados por el entonces director de INDESA Lic Jaime Morales Carazo, a realizar una serie de murales de gran formato, para el Centro Comercial Nejapa de Managua. Tanto el director de la empresa financiera como los pintores, coincidieron en que el tema que se abordaría consistiría en alguna manifestación que reflejara la auténtica cultura nicaragüense.

         Los pintores volvieron sus ojos a nuestro rico pasado cultural y regresaron a sus orígenes. Buscando su identidad, reencontraron los petroglifos: grabados incisos en piedra, que los antiguos indígenas dibujaron, y que se encuentran en diferentes zonas del territorio nacional; en cuevas cavernas y rocas, perdidos en zacatales, a orillas de lagos y lagunas. En un legado ancestral, nuestros aborígenes grabaron toda clase de misteriosos signos: mágicos y religiosos, sus costumbres, su cultura. Todo ello, realizado dentro de una simplicidad de líneas y austeridad de formas primitivas.

         Este herencia se ha constituido en una “silenciosa biblioteca”, según afirmara el poeta Pablo Antonio Cuadra, en su presentación al libro: Ometepe Isla de Círculos y Espirales (1973) del investigador: Joaquín Matilló Vila, quien también registró numerosos petroglifos en otro importante libro: Estas Piedras Hablan (1964). Ambas lecturas indispensables para el estudio visutal del arte rupestre.

         Con ojos certeros y sensibles. Aróstegui, Sobalvarro y Pérez de la Rocha, observaron detenidamente las múltiples posibilidades estéticas que ofrecían los variados dibujos de las rocas. Recreando esta temática, trasladaron a grandes dimensiones forma en las que predominaba el uso de la textura, a semejanza de las piedras, en líneas incisas.

         Estos murales, que los artistas mencionados llamaron petroglifos, constituían también una fiesta de color en acrílicos y óleos, tonos brillantes que contrastaban con la sencillez de los diseños. Cabe señalar que cada uno de los artistas resolvía sus propias composiciones y el colorido en forma individual, de modo que en cada uno de los murales podía fácilmente reconocerse a su autor.

         Es importante manifestar que las grandes dimensiones de los murales dieron a las formas prehispánicas una nueva visión: extraídas y aisladas de su ambiente natural, crecieron, no solamente en tamaño, sino también en fuerza expresiva y plasticidad.

         Sin embargo, este acercamiento a las raíces indígenas, no fue el primero, ni el único en la historia de la pintura nicaragüense.

         Recordamos algunas pinturas de Aróstegui, de los años sesenta, con imágenes de inspiración precolombina, cuadros de ídolos pétreos; otros, de formas delineadas con mecates, rodeados de atmósferas funerales, presentes también en el arte precolombino.

         Otro artista que también incursionó en el arte de tradición indígena, fue: Genaro Lugo (1935), quien a partir de 1963 trabajó una serie de pinturas de ídolos, partiendo de trípodes de cerámica, siendo una de las más importantes su obra: “Canto a la Raza”, de 1966. Posteriormente a la realización de los murales del Centro Comercial Nejapa, Leoncio Sáenz (1935), elaboró otros murales para el Supermercado La Colonia de Plaza España, consistente en una recreación tipo códice del tiangue.

         Y dentro del panorama pictórico latinoamericano, vemos también cómo muchos artistas han recurrido a sus fuentes originales para desarrollar un arte de indudable inspiración americana. Entre otros, podemos mencionar al gran Rufino Tamayo (1899), creador de mitos y de la magia de  su tierra; a Francisco Toledo (1937), cuya simbología animal se encuentra en las raíces culturales de Oaxaca. En el Perú, a Fernando de Szyslo (1925), quien parte del colorido y de la arquitectura Inca, para desarrollar una pintura abstracta, y en el Ecuador, a Enrique Tábara (1930), con sus series de abstracciones monocromas tomadas de su ancestro.

         Los pintores nicaragüenses que realizaron los petroglifos que nos ocupan hicieron alto en el camino, considerando que todos ellos poseían ya una obra consistente y codificada. Aróstegui, con sus collages de desechos y latas aplastadas, en pinturas texturales. Pérez de la Rocha, dentro de una figuración obstinada de monstruos y seres desnutridos. De los tres artistas, quizás fue Sobalvarro quien obtuvo mayor influencia de su incursión en los murales. Este pintor realizaba por esos años del setenta series de pinturas abstractas, de superficies refinadas, dentro de un colorido denso y oscuro. A partir de los petroglifos, Sobalvarro comienza a utilizar colores más intensos, de tierras quemadas; recurre a formas vigorosas, hasta llegar a la serie de “Meninas” y “Magos Precolombinos”, que realizara después de 1974.

         En su libro: Tres Conferencias a la Empresa Privada (Ediciones El Pez y la Serpiente, p. 116, Managua, 1974), el poeta José Coronel Urtecho, en relación a los petroglifos del Centro Comercial Nejapa, afirma: “Para mí esos murales son como ya dije, una obra maestra de la pintura nicaragüense. Por su parte, Jorge Eduardo Arellano, en su importante e imprescindible libro: Pintura y Escultura de Nicaragua, (editado por el Banco Central, p. 62, Managua, 1978), afirma: “pero el fenómeno más importante de los años setenta fue el regreso a la raíz aborigen”…

         Para concluir, debemos expresar, que la realización de los petroglifos del Centro Comercial mencionado, marcó un período importante en las artes plásticas nicaragüenses. No fue éste un caso de memoria colectiva, sino, antes bien, una forma de conciencia de nuestro pasado, una revalorización de mitos y símbolos que pertenecen a imágenes nicaragüenses, desde lo más profundo de nuestra cultura, y sobre todo, un legado artístico de importante y conmovedora presencia.


         Lamentablemente, los murales del Centro Comercial Nejapa, han sido mutilados y trasladados a instituciones y quizás hasta algunas casas particulares. 

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